Con permiso
de José Antonio Pagola,
teólogo, me permito subir a mi blog
este interesante artículo aparecido en “Fe
adulta”, para bien de mis lectores.
Hay una pregunta que todos los años me ronda desde que comienzo a observar
por las calles los preparativos que anuncian la proximidad de la Navidad: ¿Qué
puede haber todavía de verdad en el fondo de esas fiestas tan estropeadas por
intereses consumistas y por nuestra propia mediocridad?
No soy el único. A muchas personas las oigo hablar de la superficialidad
navideña, de la pérdida de su carácter familiar y hogareño, de la vergonzosa
manipulación de los símbolos religiosos y de tantos excesos y despropósitos que
deterioran hoy la Navidad.
Pero, a mi juicio, el problema es más hondo. ¿Cómo puede celebrar el
misterio de un «Dios hecho hombre» una sociedad que vive prácticamente de
espaldas a Dios, y que destruye de tantas maneras la dignidad del ser humano?
¿Cómo puede celebrar «el nacimiento de Dios» una sociedad en la que el
célebre profesor francés G. Lipovetsky, al describir la actual indiferencia, ha
podido decir estas palabras: «Dios ha muerto, las grandes finalidades se
extinguen, pero a todo el mundo le da igual, esta es la feliz noticia»?
Al parecer, son bastantes las personas a las que les da exactamente igual
creer o no creer, oír que «Dios ha muerto» o que «Dios ha nacido». Su vida
sigue funcionando como siempre. No parecen necesitar ya de Dios.
Y, sin embargo, la historia contemporánea nos está obligando ya a hacernos
algunas graves preguntas. Hace algún tiempo se hablaba de «la muerte de Dios»;
hoy se habla de «la muerte del hombre». Hace algunos años se proclamaba «la
desaparición de Dios»; hoy se anuncia «la desaparición del hombre». ¿No será
que la muerte de Dios arrastra consigo de manera inevitable la muerte del
hombre?
Expulsado Dios de nuestras vidas, encerrados en un mundo creado por
nosotros mismos y que no refleja sino nuestras propias contradicciones y
miserias, ¿quién nos puede decir quiénes somos y qué es lo que realmente
queremos?
¿No necesitamos que Dios nazca de nuevo entre nosotros, que brote con luz
nueva en nuestras conciencias, que se abra camino en medio de nuestros
conflictos y contradicciones?
Para encontrarnos con ese Dios no hay que ir muy lejos. Basta acercarnos
silenciosamente a nosotros mismos. Basta ahondar en nuestros interrogantes y
anhelos más profundos.
Este es el mensaje de la Navidad: Dios está cerca de ti, donde tú estás,
con tal de que te abras a su Misterio. El Dios inaccesible se ha hecho humano y
su cercanía misteriosa nos envuelve. En cada uno de nosotros puede nacer Dios
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