I)
Porque hemos
visto salir su estrella…
(Mt. 2, 1-12)
Amigos,
que, como nosotros,
andáis buscando a un lado y otro de la
vida,
la verdadera estrella que os guíe a
Belén…
Mirad.
No os detengáis en el bullicio
ni en las prisas de las gentes.
Ahí no está la estrella… No la busquéis
en la industria humana que cuece
egoísmos,
odios, envidias. Ahí
no está la estrella… Ni en los golpes
de soberbias
que ahogan la palabra proclamada,
ni en la avaricia de las cajas fuertes,
ni en comercios desaprensivos que hacen
su agosto en diciembre.
No, no busquéis ahí la estrella…
Nosotros la hemos encontrado en medio
de la noche,
en el silencio asceta,
en los goznes que chirrían pobreza.
En la sonrisa solidaria, en el repicar
de campanas,
en la acogida fraternal, en el silencio
de los conventos,
en los esfuerzos por la paz.
Hemos visto la estrella en el vecino
inoportuno,
en el cumplidor de su trabajo, aunque
la empresa no era suya,
en el que tenía poco y todavía
repartía,
en el que hablaba menos y se
comprometía mucho más.
Incluso, en medio de los libros
y hasta en el trajín diario de las
cocinas.
Hemos visto la estrella en la
enfermedad terminal,
en los niños y ancianos abandonados,
en los barrios marginados,
en las pateras, en los drogadictos,
en las mujeres maltratadas
y en la hambruna de los hermanos…
Son éstas las estrellas que nos guiaron
a la Luz.
¿Comprendéis por qué no hemos vuelto a
Herodes?
¡Qué paz
regresar a nuestras vidas por el camino
cierto!
II)
Os deseo
feliz viaje, feliz reparto…
Sabed que bajo la ventana he dejado algo de agua
por si vuestros camellos tienen sed,
y unos dulces por si podéis tomaros un rato
y descansar.
Pido perdón por haber dejado de escribiros
algunos años
y prometo hacerlo desde ahora,
cada año,
no para pediros
sino por poneros al día de cómo van los míos,
de que no les falte salud ni ilusión
y sobre todo en qué invierto
cada día que se me regala desde que me levanto.
Feliz noche,
gracias por hacerme sentir niño un año más.