domingo, 28 de junio de 2020

NUEVA EMPATÍA



¿En qué punto estamos respecto al Covib-19?, ¿cambio de ciclo? A juzgar por las “ilusiones víricas” que han llevado a esa cierta relajación que delatan los medios de comunicación, caminamos irreflexivamente hacia el rebrote más drástico aún del coronavirus. Tal vez, el excesivo cansancio informativo con su inmensa carga emocional de la epidemia, nos esté jugando una mala pasada…   ¡Una mala noche en una mala posada!, que diría la santa de Ávila.
¿Vamos de nuevo caminando hacia la asimilación paciente de un “esto no hay quien lo arregle”, con sus pos-patologías de soledad, confinamiento, enfermedad, muerte…? ¿Nos habremos convertido todos en nueva población de riesgo? ¿Dios sigue exiliado en su “cuarentena” celestial?
Ante tantas interrogantes que empiezan a asfixiarnos, hemos de caer en la cuenta, ¡positivamente!, que somos parte de la historia viral con sus “nuevas” exigencias  de cercanía y convivencia, con sus “nuevas” demandas de solidaridad y generosidad,  con su requerimiento renovado de conversión personal y colectiva en todos los espacios de la vida: espiritual, psicológico, ecológico… Esta “bendita” pandemia nos obliga a todos a reflexionar sobre lo que es  realmente importante: la vida,  y no la seducción ramplona que idolatra la sociedad consumista....
De nuevo nos encontramos con una singular oportunidad, la nueva normalidad (la “cuidadanía”),  con capacidad de vencer todas las “nuevas” situaciones difíciles que puede seguir generando el bicho mortal.
El Papa Francisco en la exhortación “Laudato si” (217) nos anima a una conversión ecológica. Era en 2015. Y hoy, en un ambiente de coronavirus la releemos como una llamada a la alianza entre la humanidad y el ambiente, entre el cuidado responsable de la naturaleza y la empatía con cuantos vestimos mascarillas… 
En el sufrimiento de una gran parte de la geografía humana, nuestro testimonio de hombres de fe ha de ser manifiesto ante la creación entera (Rom, 8,19)... El himno “Resistiré” del Dúo Dinámico, que se oía hace días, está pidiendo que sigamos manteniendo bien pulsados sus registros para despertarnos de este nuevo mal sueño...  Mantengamos, pues, alegre la esperanza,  porque “os daré un corazón nuevo, y os infundiré un espíritu nuevo”. (Ez. 36,24-28). Y cantemos con nuestro vecino Miguel Ríos, su Canto a la Alegría:
… Si en tu camino sólo existe la tristeza
Y el llanto amargo de la soledad completa
Ven canta, sueña cantando
Vive soñando el nuevo sol
En que los hombres volverán a ser hermanos
.

domingo, 21 de junio de 2020

SIN MIEDO



El miedo se ha posicionado  en medio de nuestra sociedad tocada por el Covib-19. Enfermos y muertos que siguen contabilizándose a lo largo y ancho del planeta,como las crisis psicológicas en muchas parejas durante el confinamiento, según resaltan las encuestas, y los niños que evidencian la desigualdad a causa de su pobreza, y los parados ya por millones en el mapamundi de nuestra historia social…  Frente a tanta viremia,  Jesús de Nazaret nos dice: “No tengáis miedo” (Mt. 10, 26). Así resuena hoy con fuerza litúrgica.  Es de esperar que de esta tragedia pandémica, surja una nueva “normalidad”. Es lo que espera de corazón toda la gente de buena voluntad.
No sé si estamos ya saliendo de la tiniebla viral, o tal vez si habrá rebrote.  Pero lo que sí hemos experimentado en estos meses de pandemia es que o anclamos nuestra vida en la esperanza fomentada por un testimonio de vida comprometida, o esto no es vida… No habrá nueva humanidad al fin de esta peste,  sin la conversión del corazón.
El Papa Francisco, en su exhortación apostólica, “Gaudete et exsultate”,  escribe que es el tiempo para el coraje del corazón, tiempo  para la “audacia evangélica” que define como “parresía apostólica”. (129, 132). ¡Proyecto de cambio de  mentalidad!
Con todo, el miedo va mutándose  (¡parresía!) en resiliencia humana con toda su capacidad de sobreponerse a momentos difíciles donde Dios, una vez más, parece mudo e insensible al sufrimiento humano. Sin embargo, podemos reafirmar desde la fe  que su silencio divino no nos puede llevar al quebranto de nuestra solidez creyente... Esa es la esperanza del salmista, cuando dice que “no temerás ni la peste que avanza en las tinieblas”. (Sal. 91, 5-6) Y es la esperanza de  Pablo dirigiéndose a los cristianos de Roma ante la escalada de violencia imperial: “¿Quién nos separará del amor de Dios?...”  (Rom. 8, 35-39). Mudo no es sinónimo de “ausente”. El mutismo de Dios son lágrimas ante la cadena de ancianos, médicos, sanitarios, capellanes muertos en la pandemia, como las lágrimas de Jesús ante su amigo Lázaro difunto, que lo devolvió a la vida…  (Rm 12,15; Jn, 11, 33)
No puede haber esperanza en una nueva edad, si no trascendemos el dolor  abrazando deseos de nueva felicidad. Ante la interpelación de  Albert Camus en  "La peste", nuestra respuesta es que tenemos derecho a ser felices a pesar de nuestra ciudad infestada por el virus… En ello se fundamenta el premio Princesa de Asturias de la Concordia 2020 concedido a los sanitarios españoles, o la misma anécdota con que el Corpus granadino ha vestido a su “Tarasca” con la dulce blancura del sanitario.
El miedo puede ser purificador toda vez  que el Cristo pascual es nuestra propia victoria que se proyecta en la entrega sin medida de los agentes de la salud. Aunque no tengamos la respuesta inmediata a tanto sufrimiento, Él es nuestra propia historia de salvación, nuestra “buena noticia” (Jn, 14, 1), nuestra piedra angular. (Ef. 2, 20; Hch.4,11).

domingo, 14 de junio de 2020

PAN Y VINO




Pienso que nuestra sociedad cósmica va perdiendo capacidad para descubrir el significado radical de los gestos  humanos. Pero nos topamos con sublimes excepciones. Por eso, quiero recordar a Pau Donés, líder de “Jarabe de Palo”, quien con su música supo afrontar la adversidad, quien supo agradecer  lo recibido, quien fue vida en plenitud cuando se dormía para siempre el pasado 9 de junio. No quiero tampoco olvidar la solidaridad demostrada por Manuel y Ramón del “Dúo Dinámico” al ceder los derechos de “Resistiré”,  convertido en un himno de masas después de treinta años de su interpretación. Una llamada a la esperanza contra la fatal epidemia.
Resistiré
para seguir viviendo.
Soportaré los golpes y jamás me rendiré.
Y aunque los sueños se me rompan en pedazos,
resistiré, resistiré…
Nada me asusta, decía Pau Donés, me siento bien conmigo, me contento viendo  amanecer. Gestos de contenido humano, que se hacen centro neurálgico de nuestra fe  en la cercanía de Dios, Dios hecho carne en la calle, “reluciendo más que el sol”. Ese Dios cuyas “delicias es estar con los hijos de los hombres (Prov. 8,31).  Se humanizó para divinizarnos en la urgencia del servicio a los más vulnerables, enfermos en soledad, en hambruna, en los sintecho…  El Corpus no es una simple procesión, un clamoreo litúrgico, es el misterio de  alinearse con Cristo en el amor a los hermanos y en el dolor de la calle,  “porque tuve hambre…” (Mt, 25, 35ss) que hoy traduciríamos: estuve contagiado y os ocupasteis de mi…
El confinamiento de los apóstoles en el Cenáculo de Jerusalén, por miedo a los judíos (Jn. 20, 19)  permitió que el Espíritu los abriera a una nueva dimensión de fe en el Resucitado. Nuestro confinamiento en el doloroso cenáculo social, ya en desescalada,  ha de fundamentar el soporte en favor de una sociedad justamente hermanada..
La comunión con el cuerpo y la sangre de Cristo no nos confina, no nos aísla  (1 Corintios 10,16-17). El coronavirus, a pesar de ese aislamiento social, tampoco nos disgrega, pues está entresacando  la mejor versión humana de nosotros mismos. Nos exclaustra de nuestros egoísmos reclamando la globalización de la fraternidad… ¡Como el Pan partido y el Vino derramado por el que tenemos nueva vida!  (Jn. 6, 51)
En tiempos difíciles estamos por la psicología positiva que nos conduce a esperar, al estilo de Alexis Valdés, poeta y actor cubano, que nos deja un mensaje de esperanza en su poema-oración:
“Cuando la tormenta pase,
te pido Dios, apenado,
que nos devuelvas mejores
como nos habías soñado".

domingo, 7 de junio de 2020

DIOS EN LA PANDEMIA




“Se hace camino al andar”, pero también se hace camino soñando… El ser humano es muy complejo, lo mismo se mueve entre paradigmas de generosidad, como vivimos a lo largo de la actual pandemia del coronavirus,  que entre modelos de brutalidad indescriptible, como es el caso de la muerte por asfixia, de George Floyd, afroamericano, a manos de un policía blanco en Minneapolis, el pasado 25 de mayo. Pero a pesar de la epidemia del odio y sus inmensas secuelas, su muerte ha provocado un inmenso movimiento de protesta, éticamente viral, que traspasó las fronteras USA.

Se hace camino soñando…

Nada te turbe,
Nada te espante,
Todo se pasa,
Dios no se muda,

La paciencia
Todo lo alcanza;
Quien a Dios tiene
Nada le falta:
Sólo Dios basta…

Fue el canto de una mística, Teresa de Jesús, vejada por sus infaustos inquisidores, en medio de las turbulencias socioreligiosas y políticas de su tiempoY creyó.
Enfrentados a la dura situación  a la que nos avoca la pandemia con sus últimos coletazo, leía yo hace días que el músico y compositor de “Mecano”,  José María Cano, “recuerda que en la expansión del virus se nos está pidiendo que seamos prudentes, que nos pongamos las mascarillas y nos lavemos las manos, pero pocos son los que nos invitan a rezar”… Es verdad. Sí, rezar, y ser capaces de “reinventar la fe” y crecer  hacia una nueva normalidad, cuyo signo no puede ser otro que el amor, ese amor que “ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado. (Rom. 5,5)
La pandemia lejos de enfrentarnos a una política y una economía que  puedan interesar más al poder que a la salud y bienestar de todos, nos debe abrir a otra dimensión verdaderamente interpelante: ¿Qué nos dice Dios ante este malicioso virus? Sobre todo a nosotros que hemos sido rociados con el agua bautismal…
Volver a la anterior configuración mundial  alimentada  por el voraz capitalismo en sus distintas formas, haciendo oídos sordos ante el grito de pobreza de media humanidad, sería un nuevo crimen de lesa majestad globalizada. No se puede volver a la “normalidad que fue normal” antes del nefasto bicho pandémico.
Este salir “libres” de nuevo a la calle, la desescalada, exige nuevos compromisos éticos. Vivir una nueva convivencia marcada necesariamente por la generosidad, desde donde se desarrolle  "anticuerpos de solidaridad", como nos ha dicho el Papa. E “ir hacia una conversión ecológica radical”.  Eso es tener “una mente lúcida y un buen corazón acompañados por sentimientos cálidos…”  que decía el Dalay Lama, como las cosas más importantes en la situación actual.
No podemos relajarnos, se nos dice desde muchos parlamentos. El luto sigue visible en nuestra sociedad, aunque ya se hayan arriado las banderas.  Y en un día tan señalado como hoy festividad de Dios trinitario, comunidad de amor, nuestro corazón tiene que oír los pasos de ese Dios que camina junto a nosotros, pese al virus causante de tanta desgracia global cebada particularmente sobre los más vulnerables y pobres… Sentir su presencia que  me quiere su colaborador para echar fuera todas las pandemias de este mundo.
Dios ha dado y da sentido a nuestra vida, y a la misma vida con su dolor congénito. Es Dios Padre humanizado en el Nazareno y manifestado a través del Espíritu Santo como don de amor. Ante el desorden globalizado con la pandemia,  creemos en ese Dios que no es opio del pueblo a la medida del ideólogo  Karl Marx.  Los  67 relatos de curaciones de enfermos que nos transmiten los evangelistas significan la presencia  amorosa  de Dios en Jesús de Nazaret ante el dolor humano. Su modo tan silencioso de intervenir en nuestra vida resulta, ciertamente, difícil de comprender. Ya el salmista bíblico lo manifiesta con frecuencia: “¿Por qué ocultas tu rostro, olvidas nuestra opresión, nuestra miseria?” (Sal. 44, 25). “¿Por qué han de decir las naciones: Dónde está su Dios?” (Sal. 115, 2). Sin embargo, la desesperanza, auténtico opio, no hace mella en nosotros. Caminamos también soñando… Dios está en el campo del  dolor  humano, como la “brisa ligera” de Elí­as sobre el monte Horeb (I Re. 19, 12-13).  Esperamos el milagro de una vacuna que científicos muy capacitados están elaborando… Pero Dios no es el ausente en el milagro. Él anda entre los microscopios como entre los pucheros de la santa de Ávila. Y sólo en la medida que amemos, podremos captar su presencia.

… que tengan vida eterna.
(Jn..3, 16-18)

Dios mío, Trinidad santa,
Padre,
Hijo,
Espíritu Santo.

Diálogo en la unidad,
en donde se funden la verdad generosa
y la comunidad de amor.
Inmensa cercanía. Tu horizonte está en la tierra,
con proyecto de eterna encarnación
y sementera inagotable de signos de bondad.

En nuestra vida palpamos tu presencia:
amor de madre,
huella de hijo crucificado,
viento que levanta olas de humanidad.

Te manifiestas, Trinidad Santa,
en la brisa y en el silencio,
y en el dinamismo de tus profetas.

Te afirmas en la sonrisa del niño,
y en la mano fuerte que azota la injusticia.
Te revelas en la acogida al huérfano y a la viuda,
y en la palabra que fustiga toda intolerancia.
Te complaces en nuestras alegrías,
y lloras nuestras amarguras.

¡Oh, mis tres, totalmente uno! Inmensidad,
vértice de la vida eterna,
prometida
para cuantos consumen su fe en Ti.