sábado, 28 de noviembre de 2020

ADVIENTO

 Comenzamos un nuevo año litúrgico. El Adviento es el tiempo para  abrir  la Palabra de Dios que invada nuestra vida y nos ayude  preparar el camino al Señor.  En estos tiempos de pandemia nos parece sentir el llamado de Dios que nos invita a despertar, a no permanecer dormidos, antes bien tener los ojos bien abiertos, vigilantes para aprender a leer los signos de los tiempos, estos tiempos que domina la pandemia viral. Vigilar supone asumir, con la gracia de Dios, la responsabilidad que nos ha puesto en nuestras manos. El vigilar nos tiene que llevar a superar la superficialidad con que llevamos nuestra vida, a desmantelar los engaños que nos creamos ante las necesidades personales, que nos llevan a buscar de manera desenfrenada aquello que creemos que nos da la felicidad. Vigilar es sobre todo mirar a los hermanos alejados, pobres, abandonados en las cunetas de nuestra historia humana, y escucharles en sus propias miserias, desde nuestro corazón... Si nos mantenemos despiertos veremos las sorpresas que Dios nos da cada día, en la reconstrucción de nuestros caminos.


                                        DORMIDOS 

                                     ... y os encuentre dormidos
                                                                                            (Mc, 13, 33-37

Vigilad,
velad, velad

¡Qué fácil es oír pasivamente
estas palabras 
con su eco constante y librador
a través de los tiempos!

Vigilad, velad...

Nosotros 
los que estamos de vuelta de todo,
y la somnolencia del espíritu
nos ha arrinconado
en nuestro propio sopor...

Nosotros,
soñadores de paraísos,
olvidamos la tarea presente,
perdemos de vista la presencia del Reino
en la acción de cada día.

Velad...

Dios se manifiesta en lo imprevisto,
en la cercanía de nuestra casa,
junto al vecino,
en el indignado que clama despierto en nuestra orilla,
mientras nosotros,
adormilados, restregamos nuestra pereza
en la periferia del evangelio 

                                   ***
Sabemos, Señor, que estás cerca,
que eres dueño, el esperado de siempre,
violenta Tú nuestros sueños. Despiértanos.
No quieras que permanezcamos año tras año
aletargador sobre nuestras añoranzas vanas.

Ven, Señor,
que sin ti somos un puñado de penas a la deriva.
Ven, que tu Reino es urgencia
en este mundo anclado en sus pompas y artificios.

                                          ¡Ven, Señor Jesús!



miércoles, 11 de noviembre de 2020

HASTA PRONTO, HERMANO

Mi querido Pepe, el cruel Covid te ha robado la vida, y nos ha robado tu sangre que portábamos… Te has ido, sin quererlo, furtivamente. Sin tiempo para el beso de despedida. Sin tiempo para rellenar ese terrible hueco de tu ausencia inesperada.

Hombre inmensamente culto, tú has hecho de la docencia una actitud creativa del día a día bajo el “carpe diem” de Horacio, como tu lema favorito, junto a ese otro tuyo que luces en tu página de Facebook: Un maestro, alumno en reciclaje permanente.

Dedicaste tu vida a la enseñanza, primero como alumno brillante (¡número uno de tu promoción!). Luego, como maestro de generaciones adolescentes has dejado una inmensa huella en tus alumnos y alumnas que hoy forman un núcleo activo de padres y madres, de Deifontes, Montillana, Calicasas y Peligros. A través de tu antigua alumna Ana Eva hemos conocido un rosario de elogios del que fuera tu alumnado que hoy llora tu ausencia. Esto dicen de ti: “don José ha marcado huellas imborrables en nuestra vida adolescente”, “qué buenos recuerdos de su magisterio, era genial en su docencia y en su cercanía humana”, “don José era un tío de gran vitalidad, lo admirábamos en su forma de enseñar”, “como don José  no ha habido otro igual, ha sido un number one digno de ser emulado”… ¡Palabras que son un  brindis a tu solvencia humana, intelectual y docente! Tu mesura se infiltró dulcemente en sus vidas.

Familiarmente, también has sido number one. Lo decimos todos, tu esposa María Angustias,  tus hijos, tus hermanos, tus sobrinos, tus ahijados Juan Jesús y José Antonio. Y esa legión de amigos que dejas en el camino perplejos ante tu ausencia, que gozaron de tu acertada palabra y de tu media sonrisa de complacencia.

Tu luz de leal esposo, de inmenso padre, de grandioso hermano y tío, de  sabio maestro,  de extraordinario amigo, tu luz prevalece sobre la noche oscura que nos ha causado tu muerte imprevista.

Has sido también, hermano, mi confidente en múltiples ocasiones… Tú, honesto pintor manejando a la perfección el pincel de tu gran humanidad. De ahí, el enorme vacío que dejas en todos nosotros, como “El vacío del alma” que reza la escultura en bronce de Jean Louis Corby.

Desde mi dolor inmensurable, brindo por tu paz en esa orilla del infinito que alimenta mi esperanza en el más allá. ¡Hasta pronto, hermano!