jueves, 30 de marzo de 2023
LA DONCELLA TIERNA
jueves, 16 de marzo de 2023
A LOS PIES DE CALABRIA
El viejo pesquero hecho añicos a los pies de Calabria, (añicos sobrecargados de humanismo, ¡casi doscientas personas, niños y bebé incluidos!) no es el “culpable” de haber convertido la playa turística de Steccato en el documental de muerte de quienes fueron sus “huéspedes”, durante cuatro días de mar por el Mediterráneo. Ellos subieron a bordo en busca de un “paraíso” prometido por la mafia criminal que canjea vidas humanas por dinero. En condiciones terriblemente adversas hubieron de zarpar “a la aventura”. Y la embarcación hecha leña terminó confundiéndose en la playa con mochilas, biberones, juguetes y casi un centenar de víctimas mortales. Una tragedia más en el mayor “cementerio” del mundo, el Mediterráneo, que “no puede dejar indiferente a nadie", según aseveró el presidente de Italia, Sergio Matarella. Según datos recabados en internet, desde 2014 hasta septiembre de 2022 murieron en el Mediterráneo, en su intento por llegar a las costas europeas, unos 25.000 migrantes traficados por tales mafias desalmadas. ¡Dolorosa sangría humana! Y tantos otros casos sobre las lágrimas de la tierra, como el de Texas, el pasado junio: aquel dramático hallazgo de una cincuentena de personas asfixiadas, niños incluidos, dentro del tráiler de un camión.
La política
migratoria, cuando selecciona y descarta, se convierte en el escenario de la
hipocresía de la solidaridad: un escenario absolutamente restrictivo para los
derechos de las personas, según el lugar de procedencia o el color de su piel.
La normativa internacional de derechos humanos no se cumple. Hay gobiernos
que miran hacia otro lado, defendiendo el desdeño de las “puertas cerradas” contra la priorización de la vida y la seguridad
de los más vulnerables que salen de sus países buscando “techo, tierra y
trabajo”, como repite tanto el Papa
Francisco. El Evangelio del Nazareno nos advierte que “cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños,
conmigo lo hicisteis” (Mt. 25, 40). Son palabras que resuenan hoy con infinita
fuerza tras la muerte de tantos
indefensos ante el mar embravecido de la costa italiana.
No es la
primera vez que el periodismo, desde diferentes esquinas, grita que las
políticas migratorias injustas y sin un enfoque de derechos humanos generan
muerte. Urge, por ello, generar
políticas dignas, precisas, que se ajusten a la normativa internacional en
materia de derechos humanos. Es hora que los gobiernos cambien de corazón y pongan rumbo a la dignidad de las personas
migrantes como prioridad absoluta, haciendo frente “a las causas que subyacen a los flujos de la
emigración: guerras, persecuciones,
terrorismo, pobreza…”, en palabras del propio presidente italiano. Los
silencios crean huecos de maldad en contra de la pedagogía social. Urge, pues,
cambiar de actitud mental y revestirse de hombres nuevos (cf. Ef. 4: 23-24), capaces de superar criterios de
partido, envueltos en codicias electoralistas.
La
dimensión profética, en estos casos, al margen de creencias religiosas, sigue siendo esencial para toda prospectiva
real que implique no la simple extrapolación del pasado y el presente, sino el
momento de la conciencia, el momento de la trascendencia del hombre en relación
con su propia historia (cf. Roger Garaudy, “Parole d’homme”). A los pies de
Calabria la tragedia no ha sido un error humano, como tampoco lo ha sido en
Lampedusa o en Canarias, Libia, Texas…, sino el latido sin fin que, en el
fonendoscopio de la humanidad, implora
justicia y lealtad.
jueves, 2 de marzo de 2023
ME LO PIDE LA SANGRE
Nikos
Kazantzakis, en “Cristo de nuevo crucificado” (capítulo XX), pone en boca de Brahimaki: Déjame por lo menos matar a uno… ¡Me lo pide la sangre! Un pasaje
que me marcó mucho en su momento. Hoy me
pregunto si no dirá lo mismo otro
ruso, por nombre Vladimir Putin, o el mismo yihadista de Algeciras o tantos
otros asesinos sueltos…
Con motivo del reciente viaje pastoral del papa Francisco al Congo y Sudán del Sur, se han publicado imágenes impactantes de violaciones y mutilaciones. Es imposible llegar a comprender tanta brutalidad. Parece que estamos ante la deconstrucción de toda ética: bullying y violencia escolar, violencia doméstica, violencia callejera, interrupción del embarazo no deseado, eutanasia, guerras, genocidios, etnocidios… Si abrimos este “mapamundi” de la atrocidad humana, nos tienta a pensar que toda violencia es una secuela inevitable de nuestro código genético. ¿Determinismo humano? Sin embargo, el memorial del dolor procesado en el corazón del Pontífice nos encamina hacia una “lógica” contrapuesta. Nos trae a la memoria el símbolo magnánimo de Ladislas Kambale, poniendo a los pies de la Cruz el machete con el que los mercenarios de la guerra decapitaron a su padre. ¡La condición humana es abordada por la grandeza del perdón!
En
verdad, hemos de asegurar que la agresividad violenta no es cosa de nuestro
material genético, sino efecto del escenario social y educativo y, por tanto, en
su mayoría, producto del discurso maniqueo de las ideologías
sociopolíticas. Ya Cicerón, un siglo antes de Cristo, afirmaba, en sus
diatribas contra la crueldad y la tortura, la superioridad de la dialéctica
política civil por encima del choque de las armas. (cf. De Officiis, tercer
libro). Los conceptos residuales de la barbarie humana nos
presiona a todos a unirnos en una causa común en favor de la paz y una vida
digna. La paz es el don más necesario del mundo actual y la tarea más urgente de
personas, comunidades e instituciones. Trabajar por la paz es la más noble
misión de la mujer y del hombre (cf. Nicolás Castellanos, “Cartas desde las
periferias”, 2022, pag. 131). Hemos de
abrirnos, pues, a la esperanza como posibilidad real de paz. No podemos permitir que
siga creciendo la resignación y el fatalismo. A pesar de tanta
violencia que nos azota por todas partes, nos reafirmamos en la posibilidad de
la paz. La imagen del papa Francisco, agachado, besando los pies del presidente
sursudanés es todo un gesto de esperanza. Coherencia profética del Pontífice
que nos habla de buscar la paz desde nuestro propio corazón. Se podrá
salir de esta red enmarañada de tensiones, si somos capaces de
forjar caminos nuevos donde lo ilógico de la fuerza no
pueda triunfar jamás sobre la lógica de la razón.
Cuando
niños, inconscientemente, “jugábamos” a matar gorriones con tirachinas. Y hoy,
conscientemente, nuestros niños juegan a matar con sus videojuegos, involucrándose emocionalmente en batallas on line con sus amigos. Tecnología
de la ficción que justifica nuestra insistencia en sensibilizar a los niños en el respeto a la vida desde su currículo
escolar y su propio medio familiar. (En ciertos ambientes de marca
política, no es ningún secreto el intento de desposeer a la familia, y a la
misma Iglesia, de su función propiamente educativa). Es bien triste observar en
las redes sociales modelos estereotipados y alienantes de héroes e ídolos, ¡modelos
infantiles inversos de la vida real! ¿El niño, futuro de paz?
Al tiempo que bregamos entre la fragilidad y
la solidaridad, el deseo, la ilusión y la imaginación, merecería
la pena soñar: soñar en roturar caminos nuevos de solidaridad, abrir grietas en los muros de todas las
violencias, apostar por la cultura de la vida y por la utopía de la paz, ¡que no es evasión de
la realidad!: hemos nacido para vivir en mundo ético, justo y libre. ¡Hermosa y
necesaria utopía! Nos lo pide la sangre.