sábado, 16 de agosto de 2014

LA CANANEA

 Entonces una mujer cananea...
(Mt. 15, 21-28)



Mujer de Canaán,
crujiría mi corazón indignado,
si no fuera porque, al final, el Maestro
se deja destapar su magnanimidad,
vencido por tu fe pagana.

Es verdad.
El Galileo, aparentemente excluyente,
no es el pan reservado a la élite religiosa
del Israel cristiano.
Su acción salvadora es universal.
Y ésa ha sido tu lección de mujer cananea.

Tú misma
 has desmantelado a cuantos se creen
dueños de la casa de Dios,
desvelando los límites de su autosuficiencia espiritual.

En los Tiro y Sidón de hoy,
alejados de nuestras creencias, chocan
esas historias de los perros y de las pequeñas migajas.
Y nos desnudan de nuestros comportamientos,
manipuladores de la verdad del Maestro.

Tu fe extranjera
y tu pobreza rompen esquemas
y yo mismo me dispongo a aprender de ti
que las migajas de la mesa desnudan la Ley.

¿Cuándo aprenderemos que todos somos iguales,
que nadie es más que nadie,
a pesar de las fronteras que nos separan?

Gracias, mujer pagana,
porque  me has enseñado
que mi puerta ha de estar siempre abierta a todos,
por encima de los aledaños
de mi presunción religiosa,
                              ¡tantas veces excluyente!


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