Tarde
de estreno enero. Tarde
de
inocente griterío, de sorpresas y juguetes,
de
frío, mucho frío con mil gotas
jugando
a nieve.
Plazas,
calles, alamedas
bullen
con griterío
de niños.
Toyotas,
mercedes, audis…
en
peleas de claxon y asfalto inhumano.
Entre
las rendijas de codazos y la indiferencia,
desde
mi volante, veo a ratos,
sólo a ratos,
al
mendigo cabizbajo, colilla entre labios,
atuendo a jirones, mochila sobre
lomo desgarrado.
Un
hombre, con arte de mezclar los sucios
e
indecisos pasos
con
el sucio e impreciso suelo.
Mirada
perdida en el absurdo navideño…
Y
gentes más perdidas entre celofanes
con
sabor a no menos absurdos euros.
Detengo
mi volante. Trato de aparcar
para
conseguirle un calzado digno.
Por
detrás me gritan con parpadeo vecino,
insistentemente…
Acelero.
Tarde
de prisas, como todas las mañanas,
como
todas las tardes.
Aquel
hombre quedó atrás con su silencio,
su
pasamontañas viejo y negro,
su
colilla entre labios ya apagada,
los raídos
calcetines de sus pies
arrastrados fríamente por el suelo…
Y en el escaparate de
la izquierda, lleno de gente,
lucen estrellas, pastores, magos,
y bellos niños
recostados
en la ternura de pesebres.
No hay comentarios:
Publicar un comentario