viernes, 11 de diciembre de 2020

EN LA OTRA ORILLA

 


Necesitamos nuevas coordenadas para encontrar la posición que nos adentra en la Luz. Una nueva conciencia que nos permita ver lo esencial que es “invisible a los ojos”, como escribió  Antoine de Saint-Exupéry.  El verdadero valor de las cosas no siempre es evidente. El tiempo de Adviento nos trae un mensaje que no puede desenfocarnos de lo esencial: camino que nos abre a la Luz. Para ello es necesario prestar atención a la “periferia”, como repite muchas veces el Papa Francisco, si queremos ver el mundo tal cual es… donde está la miseria y la exclusión, los sufrimientos y las penurias, la enfermedad y la soledad, pero donde está fundamentalmente el marco de todas las posibilidades. Feliz Adviento, si desde nuestra orilla esperamos al Señor de la Luz, con el compromiso de derribar muros y construir puentes, ¡nuestro cometido cristiano! Feliz Adviento, si desde la generosidad y la solidaridad nos ubicamos  manifiestamente en esa otra orilla de la esperanza pascual.

Esto pasaba en Betania en la otra orilla del Jordán… (Jn. 1,6-8.19-28)

             En la otra orilla, en la Betania global,

donde la gente parece nadie

—sólo lucha anónima y compromiso silencioso—

está el punto de encuentro de todos los testigos

de la Luz.

 

Es en esa orilla, fuera de la ciudad santa,

fuera del señorío religioso,

donde la voz cobra vida para allanar el camino

al que es la Luz.

 

Es en esa orilla sin honores ni cargos,

en la Betania de la calle,

lejos de la sociedad de los altares,

donde nadie se apropia la exclusiva de la verdad

transformadora.

 

Es en esa orilla, al otro lado del Jordán

humano,

con entraña expectante,

donde surge el eco del Espíritu,

testimonio de la Palabra hecha carne.

 

En esa otra orilla es donde los obreros

gastan la vida en abrir caminos de buena nueva

al que ha de venir,

al que ya está, en su presencia velada,

entre los humildes y desgraciados de la tierra,

entre los sembradores de buena voluntad.

 

* * *

Señor, Luz verdadera, estás en medio de nosotros

y aún no te conocemos, a pesar de los siglos…

Tal vez porque nos cegamos en nuestras propias

y pobres luces.

 

Que tu Espíritu nos tienda su mano para portar la antorcha,

a sabiendas de que sólo Tú eres la luz verdadera.

Que medie tu Espíritu entre nosotros para interpretar la obra

a sabiendas de que sólo Tú eres el protagonista.

Que tu Espíritu nos ayude a entonar la partitura

a sabiendas de que sólo Tú eres la melodía.

 

Que seamos, Señor, sólo la voz que clama en el desierto, 

para no eclipsar el universo de la esperanza pascual.



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