viernes, 11 de julio de 2014

LA ESTRELLA SE HA APAGADO

En sus botas madrileñas anotó más de trescientos goles. Era la alegría de las gradas y de las “teles” desde los tiempos del blanco y negro. Malabarista con el esférico. Y más, en su relación humana. Por eso, dejó claro que  “ningún jugador es tan bueno como todos juntos”.  Al colgar sus botas,  mostró su extremada sensibilidad familiar: "Me retiré a los 40 años porque mis hijas un día me miraron y me dijeron: Papá, calvo y con pantalones cortos, no quedas bien”.  Y su buen humor característico no lo dejó atrás: "Marcar goles es como hacer el amor, todo el mundo sabe cómo se hace pero ninguno lo hace como yo".
Como entrenador era exigente,  no le dolían prendas.  “Nunca olvides, gallego, que para llevar este escudo, primero hay que sudar la camiseta”, le encasquetó un día al famoso Amancio.  Y  dejó chantado que  “un partido de fútbol sin goles es como un domingo sin sol”.  Y fue exigente consigo mismo: “Yo soy toro en mi rodeo y torazo en rodeo ajeno”.
“Hay muchos jugadores que no trabajan para el equipo sino para ellos. El jugador grande es el de la colectividad”  y lo demostró sobre el verde junto a sus incondicionales Kopa, Rial, Puskas y Gento. 
Reprobó siempre la violencia como “algo que no se puede entender y probablemente nunca tenga solución”. Y la pasión del dinero:  “Ahora se juegan millones, antes nos jugábamos la vida”.  
Tras recibir el premio Presidente UEFA, se mostró tan simpático como sincero: “Se han pasado. No me merezco todo esto, pero, como se dice en estos casos, no me lo merezco, pero lo trinco”.
Este ha sido Alfredo di Stéfano, leyenda del fútbol universal. Su estrella  se ha apagado, pero ha dejado una estela luminosa que jamás se extinguirá en el universo del futbol. 

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