lunes, 3 de agosto de 2020

SABER ESTAR EN EL MUNDO

 

Anthony de Mello, cuenta en su libro, “El Canto del Pájaro”: Por la calle vi a una niña aterrida y tiritanto de frío dentro de su ligero vestidito y con pocas perspectivas de conseguir una comida decente. Me encolericé y le dije a Dios: ¿Por  qué permites estas cosas? ¿Por qué no haces nada para solucionarlo? Durante un rato, Dios guardó silencio. Pero aquella noche, de improviso, me respondió: “Ciertamente que he hecho algo. Te he hecho a ti” (cf. “El zorro mutilado”).

Reflexionando sobre la pequeña fábula, creo que mucha gente -¡a Dios gracia!- no ha olvidado el camino, ante tanta interpelación continua del Covid-19. Así se explica la entrega a la causa de los infectados por parte de sanitarios y demás profesionales, capellanes y voluntarios en general, aún exponiendo hasta el extremo sus vidas…         

Hay motivos para seguir preocupados, ciertamente. Línea de flotación del coronavirus sigue acercándose a límites insospechados. Una nueva ola arrecia. Cuando todo parecía que la herida iba cerrándose… no sólo perdura la cicatriz, sino la propia herida se ha engrandecido, aunque disimulando la gravedad del inicio.

Junto a los rigores caniculares de agosto, donde se deja sentir el periodo más caluroso del año,  el desgarro viral presente no es fingido. Ojalá aprendamos algo de lo que estamos viviendo y seamos capaces de deshacernos de las intrigas del consumismo feroz y el desenfreno en la carrera de la contaminación, y nos hagamos conscientes  de crear espacios humanos donde vivir felices “con lo que tenemos”, sin hambrear más, y necrosando todo tipo de egoísmos, hasta dar respiro a nuestra sociedad y a nuestro propio planeta, cansadas ambas de tanta “suciedad”.

A pesar de todo… Como las aves que dibujan decenas de líneas curvas para llegar a su destino,  así Dios, como sabemos por Jesús de Nazaret, sigue fiel a nosotros en sus aparentes líneas torcidas. Él es compasivo y misericordioso en toda situación humana (cf. Sal. 103, 8-13; Lc. 1, 50),  y en su compasión goza con las gentes, atento a sus necesidades (cf. Mt. 14, 13-21). En tiempo de coronavirus estar al servicio de la vida y de la comunión con los hermanos, es la fórmula de empatizar a bocajarro con el espíritu del Evangelio.

Hemos perdido mucho con el Covid, pero también mucho hemos ganado: la gran riqueza de la relación humana, constructora de reencuentros. Cuando la vida enfila el declive, el ser humano busca asideros de esperanza, se decía en un mensaje por WhatsApp. Y, entre las frases apodícticas del maestro Aristóteles, encuentro aquella que dice "la esperanza es el sueño del  hombre despierto"… Es que, de verdad, la esperanza es, ante todo, la virtud innegable de saber estar en el mundo.

 


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