No desprecian a un profeta más que en su tierra…
(Mc. 6, 1-6)
¡Sorpresa la tuya, Señor!
Sin duda, esperabas la cálida acogida
de tus vecinos, devotos del sábado,
que oxigenara su fe judía,
pero embarrancaste en la ceguera nazaretana,
como precio de tu libertad.
Y te extrañó su falta de fe.
Hoy, tras siglos a bordo de la nueva sinagoga,
se ha creado mucha costra en su derredor
impidiendo gozar de tu sabiduría,
de tu palabra sanadora…
y descubrirte en tu verdad,
reiteradamente incomprendido.
¡Nueva sorpresa la tuya, Señor!
Ves que nuestra fe cansada
dormita sobre el tajamar de las excusas.
…
En ese rechazo de tus paisanos,
los de ayer y los de hoy,
se cosechan ataduras que oprimen la autenticidad,
que destruyen opciones y arrestos necesarios
para la crecida de tu Buena Nueva.
Pero Tú sigues sin arredrarte,
sorprendentemente audaz,
recorriendo nuestros laberintos,
reactivando en nosotros ascuas de vida nueva.
Sorpréndenos, pues, definitivamente, Señor,
como sacramento de tu humana piel,
que estamos preparados para cambiar viejas seguridades
por la transparencia de tu amor
en tu nueva Galilea.
¡Y serás profeta en tu tierra!
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