Una
voz grita en el desierto...
(Mt..3,
1 -12)
Señor, hazme escuchar la voz
que grita en el
desierto…
Ayúdame a ser yo mismo desierto de mi vida.
Porque
el desierto es
silencio,
es paz interior,
manantial
de solidaridad, oasis
donde florece el
amor,
donde la Palabra
definitiva
se encarna sin temor,
donde los cactus del fanatismo y el orgullo,
del odio y el
racismo,
del egoísmo y la
indiferencia,
de la guerra y el
terrorismo…
no tienen vivencia.
Porque
el desierto es el
portavoz de la esperanza,
brisa del Señor
que amaina los revoltosos
vientos.
Y, en la debilidad humana,
es llamada amorosa
a enderezar las
sendas.
Porque en el
desierto,
en mi desierto,
mi alma se esponja
con la gozosa
promesa:
¡Dios llega!
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