Si conocieras el don de Dios…
(Jn, 4, 5-42)
Esta tarde, Señor, he cerrado mis ojos
para mirarte
sentado Tú junto al brocal de mi pozo.
Me veo pobre y ausente de tus cosas.
Ni siquiera tengo cántaro
donde recoger tu agua viva.
Pero Tú derribas ausencias y me creas esperanza,
como en la mujer de Samaría.
No soy yo quien te acoge,
eres Tú quien me acoge a mi
y me mandas recabar en mis infidelidades,
para hacerme hombre nuevo…
Algo has tocado en mi corazón, Señor
que me mueve a salir de mí mismo,
a buscar vidas rotas, como la mía.
Me envías a nuevos
horizontes,
donde está la gente que sufre tu ausencia.
Me envías a deshacer eclipses de amor y justicia,
lejos de rezos rutinarios,
de templos de piedra, sin espíritu y sin verdad.
Aunque no tengo cántaro, digno de tu gracia,
mira la desnudez de mis manos, de mis pies,
de mi corazón,
y hazme, en tu camino, don de Dios para mis hermanos,
agua viva, como Tú,
que salte hasta la vida eterna.
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