La muerte crea una brecha traumática en nuestra
vida, y más cuando se presenta
inesperadamente. Hace unos días,
el accidente mortal sufrido por Javi y Ventura, entrañables jóvenes hueteños,
ha producido enorme conmoción en nuestro pueblo. La cercanía de sus trágicos
fallecimientos actuó como una revelación
del destino. Un destino que nos ha jugado su trampa, como si el hombre
necesariamente estuviera sometido a una absurda existencia en brazos de la muerte.
Bien es cierto que, siguiendo a Rilke, “estamos continuamente imbricados en la
polaridad del morir y el nacer”. Pero la presencia de la muerte no tiene carta
de residencia sobre la evidencia anhelante de la vida. Si nos acercamos al
libro sagrado de los Salmos, escuchamos al salmista decir “No me entregarás a
la muerte, ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción”… Y es que la fe impone la
convicción de una VIDA tras la muerte. Dios no creó la muerte. Tras el imperio
del mal, Jesús de Nazaret venció la muerte con su resurrección. Nuestra visión
de la muerte, pues, constituye el
criterio de nuestra esperanza, una barrera “franqueable” que afecta a lo más
intimo de nuestro ser. ¡La sed de Vivir!
Sin embargo, la muerte repentina, tras el accidente mortal del pasado domingo, ha abierto una puerta a la desesperación. Como mínimo, ha sido un derecho a llorar
desconsoladamente. Una legión de
jóvenes anclados en el dolor, junto al recorrido fúnebre, ha manifestado, a corazón abierto, su turbada impotencia, sin concesiones a la superficialidad. Es la cara terrible de la realidad humana
vista desde la perplejidad siniestra, mas,
sin duda también, desde la solidaridad empática… y, cómo no, desde la oración confiada. La inmensa multitud
en torno a la Eucaristía del domingo no
arrió la bandera de nuestra creencia trascendente. Las cálidas palabras de
nuestro párroco en la celebración funeraria,
testimoniaron la fe que desafía al mundo.
Los cristianos tenemos razones más que
suficientes para entender que la
muerte “no es el final del camino, que
aunque morimos no somos carne de un ciego destino”, como cantamos en nuestras liturgias. El Evangelio es la fuerza contra
toda fatalidad luctuosa. Dios no
permanece confinado detrás del accidente mortal y del sufrimiento humano
que conlleva. La muerte solo es parte de la vida.
Ventura y
Javi, dos jóvenes alegres, generosos, deportistas, han sido dos luces
brillantes que se apagaron demasiado pronto. Pero nos han dejado el gran legado de su
juventud en el cariño filial y en la
amistad compartida. El vacío inmenso que dejan en sus padres,
hermanos y amigos, tributan consuelo y esperanza. Así lo hemos leído en ese aluvión ejemplar de empatía bañada en lágrimas,
durante la procesión funeraria. Como
las lágrimas de Jesús de Nazareth ante la muerte de su amigo Lázaro de Betania,
que narra el evangelista san Juan. Su vida nos ha mostrado que Dios no está
confinado en “su cielo”, como eclipsado ante los acontecimientos
del dolor humano. El silencio de Dios se rompe en Él, en Jesús de
Nazareth, cuando el acto de su cruz no tuvo
final con la muerte… Así, la vida de nuestros amigos, truncada por un accidente mortal, es un acto de fidelidad póstuma a la grandeza de la juventud amiga...
Es de subrayar también el gesto noble de nuestras autoridades municipales,
suprimiendo los actos festivos
programados por el Ayuntamiento para estas Navidades.
La resurrección de Jesús es la gran Novedad: “el
que cree en mi, dijo, aunque haya muerto vivirá”, según el evangelio del
apóstol Juan. La esperanza, cierto, no
es nuestro exilio, aunque nos golpee la
muerte en su más trágica expresión. Como cristianos no esquivamos esa “certeza”,
confiando en las palabras del apóstol Pablo en su primera carta a los
corintios: “el
último enemigo que será destruido es la muerte”.
Mary Lourdes y Salvador, Encarni y Norberto y demás familia, ¡mucho ánimo a pesar de
vuestros corazones rotos, destrozados! No hay palabras con qué expresar el dolor que nos
une a todos… Desde la fe, sin embargo, confesamos la ilusión y la esperanza de reencontrarnos todos
con vuestros “niños del alma”, cuando llegue nuestra hora, porque la muerte tan
sólo es parte de la vida…
Hasta
pronto, Ventura y Javi.

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