Muchos alfombraron el camino, otros con ramas...
(Mc. 11, 1-10)
No es banal, Señor, que por el camino de Betania,
junto al monte de los Olivos, organices
la caravana profética
aún sabiendo que los vítores de hoy,
mañana te pospondrán a Barrabás.
No es banal que Tú, enviado de Dios, desposado
con la pobreza más honda,
montes sobre un borriquillo prestado
para anunciar la riqueza de tu reinado
a las puertas de tu propia pasión.
No es banal que Tú, Hijo de Dios, entres
triunfalmente
en Jerusalén sobre alfombras y ramas, aún convencido
de que en unos días, traidoramente,
serás cordero inmolado.
Maestro,
una sucesión de fracasos, como lo tuyos,
no es un óleo irrisorio y banal,
para saciar el mercado de la compasión y la lástima.
Desde la hondura de tu divino humanismo,
el asno prestado,
las alfombras y mantos,
ramas y aclamaciones
son el pórtico de tu triunfo final sobre la muerte.
Lo creemos.
No. No es, pues, banal tu entrada en Jerusalén,
porque es el signo
de la restauración del reino de David.
Y mucho menos es banal,
cuando, en el trasfondo de estos gestos y signos,
nos golpea una llamada a la conversión,
como sello substancial de nuestro feliz destino.
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