Vino con un frasco de perfume…
(Lc. 7, 36-8, 3)
Señor,
la
publicana, sin invitación,
ha refrescado con sus
lágrimas tus pies de profeta.
Con
el perfume de su escándalo, ha ungido
tu
carne, a punto de ser lacerada,
con
el perfume de su escándalo.
E
inundó de buen olor la morada.
Él, Simón,
pretendió atraparte entre
los muros de sus leyes,
revolcado en la
seguridad de sí mismo,
y levantó barreras
como juez
atrincherado en la seguridad de su fe.
Besos, lágrimas,
perfume
de
la pecadora hecha amor y ternura.
y
enfrente, la reprobación del bueno,
instalado
en el sistema.
Ella rompió riesgos,
atravesó la ley de
todos los entredichos,
convencida de tu perdón,
como
insolvente de este mundo.
Simón
no arriesgó nada.
Ante
los comensales sancionó su reputación social
con
el desprecio a la intrusa.
¡Sin
más!
…
El escándalo fijo su
precio…
Simón te crucificó
antes de tiempo con su
mirada de soslayo.
Mas tu palabra fue
noticia…
Y mientras el
verdadero pecado rodó,
hasta hoy,
por las carnes del
fariseo,
ella no volverá a
otros brazos más que a los tuyos,
invadida de tu amor, Jesús
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