sábado, 25 de junio de 2016

EL ARADO

El que echa la mano al arado y sigue mirando atrás…
(Lc. 9, 51-62)

Se cumple el tiempo, Señor,
de subir a  Jerusalén.
La opción nos pilla con las manos en el arado.
Y el final se adivina en tu horizonte.

Antes,
hemos de detenernos en la Samaría
de la intolerancia
que propicia el fuego arrasador
deseado por tus discípulos.

Mas,
tú quieres pasar de largo,
porque el fuego del cielo no ha de recaer
sobre las veredas de enfrente,
sino sobre nuestras propias ruindades.

En el Camino
no caben historias intolerantes,
deshumanizadoras
por muy aplaudidas que sean
desde nuestras cunetas.

Subir contigo a la ciudad santa es caminar
instalado en tu libertad,
por más que las seducciones
intenten retener nuestro corazón.

Hemos de seguir arriesgando todo
para que el arado no se tuerza
a causa de nuestras miradas atrás.

Ayúdanos, Maestro, 
que el final se adivina en tu horizonte…

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