…no he venido a abolir, sino
a dar plenitud.
(Mt. 5, 17-37)
Maestro de Galilea, ¡qué bueno!
Cuando pruebo el agua de tu fuente,
bien lo sé,
es agua siempre nueva que no deja de
manar.
Tu agua tiene el lenguaje del amor,
que me abre límites insospechados,
más allá de vacías palabras y leyes.
La novedad de tu mensaje
renueva la ley y los profetas,
recrea continuamente
la confianza y la coherencia.
¡Entrañas de libertad!
Tu ley no cosecha en lecho avieso,
sino en cauce entrañable y fraternal.
Tú lo dices,
la plenitud de tu ley pasa por la
reconciliación con el hermano.
Antes que Tú es mi prójimo…
¡Qué bueno!
Es la plenitud de tu Palabra.
¡Tu plenitud soñada, Nazareno!
Tu novedad me dice que soy
deuda de amor contraída
liturgia oreada con paz y justicia.
Lejos de ser presidio a perpetuidad,
es horizonte que se ensancha en
plenitud fraterna.
Ahora, Maestro, que saboreo el agua de
tu fuente,
ahora,
entiendo tu ley
como un vivero de libertad
que arde en
tareas compartidas.
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