Vosotros sois la luz del
mundo…
(Mt. 5, 13-16)
De
nuevo, Señor,
Tú
me sorprendes en la monotonía acartonada
de
mi vida,
entre
la legión de mis deseos y la limitación de mi carne.
Me
sorprendes
con
tu llamada a ser luz,
testigo
de tu verdad, de tu justicia, de tu amor.
Me
sorprendes
con
tu encargo de ser sal
que
se desparrama
hasta
agostar miedos y cobardías.
¡Mucha
confianza has puesto en mí, Señor!
Dame
la gracia de aportar flores a tu Reino,
aunque
sean regadas con mis propias lágrimas.
Dame
cantar esperanzas,
como
pajarillo que trina a pesar de su jaula.
Por
tu confianza en mí,
quisiera
enzarzarme en las causas de mis gentes,
aunque
parezca baladí.
Quisiera
irradiar entusiasmo en mi derredor,
aunque
sólo sea un rayito de luz.
Quisiera
contagiar ilusión, como la pizca de sal sazona la comida.
Dame
valor
¡en
la lucha de cada día!,
para
que mi sal no se vuelva insípida,
para
que mi luz no se oculte temblona bajo mi equipaje.
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