… ¿por qué surgen dudas en vuestro interior?
De nuevo…
Tú, Señor, en medio de los tuyos,
quebrando dudas y temores.
Eres el Resucitado, no un fantasma.
Ahí están los signos de tu identidad. Son tus manos,
son tus pies y tu costado lacerados,
realidad humana en donde Tú te identificas.
No es el poder o la dignidad de Hijo de Dios
las señas de tu identificación.
En tus llagas están.
Llagas que hemos de palpar,
necesariamente,
para comprender tu humanización de Dios.
Y pez asado que hemos de comer junto a ti,
para definitivamente erradicar toda duda.
Palpar tus llagas y comer a tu lado es creer
que tu misión no ha terminado en el martirio del madero.
Que tu resurrección no es una pascua a celebrar
anualmente,
sino una pascua radical que contagia vida eterna
y nos hace aprendices de tu resurrección.
Es difícil entenderlo, Señor,
y más difícil es hacerlo creíble en nuestro entorno
cuando aún nos zarandean dudas y cobardías.
Pero Tú estás ahí. Seguro de nosotros,
atravesando las puertas de nuestra vida
colándote por los entresijos de nuestros pecados.
Tú ahí, humanizado en cada uno de nosotros,
dispuesto a vencer la pobreza y el sufrimiento de las gentes.
A dar cumplimiento a la esperanza
de tanta humanidad cansada de malvivir y de luchar.
Afiánzanos en la fe, Señor resucitado,
para que aprendamos a reconocerte
en el corazón pascual de nuestro mundo.
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