(Mc. 4,26-34)
Roza el misterio, Señor,
que tu grandeza se revele en lo pequeño,
siempre en lo más humilde de la siembra.
Y que en esto esté la clave secreta de tu Reino.
Roza el misterio esa paciencia tuya de labrador,
que se manifiesta,
sin las prisas de nuestro mundo,
ante el fruto esperado de la labranza.
La cosecha es tuya, Señor,
y nuestra es la sementara.
Sí, roza el misterio,
que sea la semilla más insignificante,
escondida en tu tierra,
la única que puede crecer,
y crecer, crecer hasta dar cobijo
a cuantos aletean en derredor.
Sin las zarzas y los calveros de otras tierras,
con la luz y el agua que Tú das,
roza el misterio que nuestro grano de mostaza
siga aflorando sin que se sepa cómo,
hasta el inmenso susurro de sus ramas,
testigo de fraternidad.
La cosecha es tuya, Señor,
y nuestra es la sementara.
La vitalidad de tu Reino no está en lo espectacular
de nuestras siembras,
con sus doctrinas, ritos y normas,
sino en la austeridad de los días y las noches,
del silencio,
y de la novedad siempre nueva de tu sembradío.
Haznos volver a lo esencial,
como el grano de mostaza que cae en tu tierra,
y, en su pequeñez,
es la razón de la fecundidad de tu Reino.
La cosecha es tuya, Señor,
y nuestra es la sementara.
No hay comentarios:
Publicar un comentario