sábado, 30 de junio de 2012

TALITHA QUMI

Contigo hablo, niña, levántate.
(Mc. 5, 21-43)

Señor,
Tú eres el único Cristo, que cruzas de una a otra orilla
del Genesaret de nuestras vidas,
para extirparnos los arpones de muerte.
Eres Tú la aurora
de nuestra sociedad acorralada por la impotencia,
la desesperación, el desánimo,  el fatalismo…

Como Jairo, salimos a tu encuentro,
dejando atrás viejas aljamas,
para hincarnos ante la aventura de la fe,
por más que nos apretuja la multitud de los miedos,
de los falsos prejuicios, de las más mentirosas sonrisas…

Queremos entrar en el anonimato
de los flujos de la sangre humana,
donde está tu acción liberadora.
Y confesar en todas las orillas
que Tú eres el dador de la vida, transmisor de ilusiones,
que a tu lado se esfuma el desafío de la enfermedad
y de la muerte,
que, arrimados a ti, se despejan las nieblas de todas las túnicas
que nos impiden tocarte, esperanzadamente.

El coro de los lamentos te estorba, Señor,
en esta hora del amor,
los alborotos prepotentes conjuran tu acción salvadora,
pero el silencio, sólo tu silencio,
es el rito de tu andadura que no conoce la muerte,
sino la dormición.

Talitha qumi,  ¡contigo hablo, niña, levántate!
Sólo Tú puedes hablar con tal autoridad,
como Dios de la vida, que eres.
E instarnos a vivir para siempre,
como imagen de tu propia naturaleza.

Ahora ya no hay excusas, cuando nos has cogido de la mano…
Hemos de ser lucha contra el injusto sistema
que pretende talar la espesura.

Ahora, ya no hay excusas para buscarte,
y, en cualquier orilla, interrogarte,
mirarte, tocarte.
Pues en Ti creemos y por ti vivimos.

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