Terminado el curso de su vida mortal,
fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial.
(Pío XII)
Bendita Señora, glorificada,
de Galilea doncella aldeana,
aurora de grandeza soberana,
gracia de la Palabra bien guardada.
Siempre para el pobre fuiste morada.
Tu corazón de par en par, ventana
de ayer, de ahora y de mañana.
Letanía de amor siempre cantada.
María, Tú, sangre de nuestras venas,
en tu asunción no dejes el vacío
humano llenarse de negras penas.
Sin ti la sed anega y no hay río
que rompa del alma nuestras cadenas.
Defiéndenos, Tú, del mundanal frío.
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