domingo, 9 de septiembre de 2012

EFFETÁ

Para Anabel, testimonio de fortaleza,
con inmenso cariño renovado.
 
Y mirando al cielo suspiró y le dijo: effetá (esto es ábrete).

 (Mc.7, 31-37)

 
Decápolis, tierra universal…
Y tú, sordomudo en medio de tus gentes,
sobre tus propias barreras
portas el signo universal de incomunicación,
mudez y sordera globales, eclipse de Dios.

Cuando encerrado en tu silencio
generabas dolorosa confusión,
la saliva y el dedo divinos,
apartándote del tumulto, te abrieron a la verdad.

Sencillamente,
Él te mandó salir de tus rejas,
de tu resistencia al Sol… ¡Effetá!,
para abrirte  a la observación atenta de su palabra,
como código de vida feliz.

No más sordomudez, ni cansancio, ni rutina.
Ábrete,
en capacidad de respuesta a un mundo
que blasfema en el olvido a sus hermanos.

¡Effetá!
a la palabra  del Galileo de todos los tiempos,
y azuza tú los rincones de todas las trabas,
de todas las grimas, de todas las hipocresías,
de todos los tañidos de campanas.

¡Effetá! Oídos y lengua prestos
a la sonorización de la alegría pascual,
          a la singladura por los mares abiertos al amor,
                    al clamor de los sin voz…

Y junto a ti, hermano ex sordomudo,
en medio de la Decápolis de la vida,
seamos todos,  Iglesia peregrina,
grito y llanto, espada y paz,
remo y vela, sin descanso,
tras las huellas de Jesús de Nazaret.

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