sábado, 2 de marzo de 2013

DÉJALA


Señor, déjala todavía este año…
(Lc. 13, 1-9)



Nuestra higuera no ocupa terreno en balde
en tu corazón, Señor,
a pesar de que se pierde entre las mil hojas de la vida,
olvidándose de fructificar.

Gracias por tu paciencia campesina.
¡Qué gozo encontrar un labrador que sabe esperar
más allá de los años!

 Sin embargo, te hemos divinizado tanto
que te hemos amurallado,
para sentirnos libres en nuestras intolerancias y fanatismos.

 Nuestra historia te sigue encuadrando en viejos clichés
que no se corresponden a tu dulce locura de Padre,
chifladura investida de hombre.

Eres humanismo puro, Señor,
terreno donde a gusto echas tus raíces
de fuego que calienta,
de luz que ilumina,
de esperanza que germina.

Quieres obras, sí,
pero tu amor es tan inmenso,
que aún sin despuntar las yemas de nuestra higuera,
tu ya ves nuestro fruto en lontananza.
Es la química de tu amor,
que no rueda sobre imperativos alienantes. 

A pesar de nuestros enredos con la tibieza o las dudas,
la fragilidad o la torpeza,
tómate un tiempo en tu labrantío
para dejar que nuestros retoños
se aclimaten y maduren, se abran y fructifiquen...  

¡Gracias, labrador, por confiar todavía
en nuestra higuera!

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