Señor, enséñanos a orar…
(Lc. 11, 1-1)
no me hubiera atrevido a hablarte así
si
no fuera que Jesús así nos lo ha enseñado.
A Ti me acerco con la gracia y el cariño
de todos los niños de cualquier terruño del mundo.
Te hablo con el descaro de cualquier crío.
Con la confianza del niño entre los brazos de su madre,
me acerco hoy a Ti,
irrumpiendo en tu corazón de padre y madre,
como Jesús,
cuando hablaba contigo a corazón abierto.
No vengo a arrancarte favores.
Tú conoces ya mis necesidades…
A tiempo y a destiempo,
invado confidencialmente tu clave de amor,
aunque sea desde mi vida no fiable.
Quisiera, simplemente
bendecir tu
nombre.
Y darte gracias,
Papá bueno, por la vida,
la mía y la de
todos.
Me duele, como
a Ti,
el sufrimiento
de los hermanos.
Hoy en
particular, la muerte encontrada
en el camino
férreo de Santiago de Compostela.
Llamarte abba, es
decir papá,
es la piedra angular
de todo el mensaje de Jesús.
Por eso, en mi cercanía que te huele a hijo frágil,
te llamo,
golpeo tu puerta,
sin pretender sonsacarte a mi medida.
Mi osadía está en el amor
con que Jesús dijo que Tú amabas.
Simplemente,
elevo mis ojos a Ti, y en tu
presencia,
espero que escuches mi
corazón fatigado.
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