No es Dios de muertos, sino de vivos…
(Lc.20, 27-38).
En nuestro corazón no caben
discusiones saduceas…
Una sola cosa nos interesa,
Señor.
¡Que Tú eres el Dios de la
vida!
Que nuestro destino no es la
muerte,
es la vida,
¡como juramento de tu
resurrección!
Un día,
nos anunciaste agua viva.
¡No
seamos sedientos
de
otros charcos!
Otro día,
nos mostraste el pan de vida.
¡Los paganos
no nos vean desnutridos!
Siempre,
nos hablaste de esperanza.
¡Los
muertos
no nos vean abatidos!
Sepamos predicar gozo a los
afligidos,
amor a los odiados…
Sepamos fustigar la mentira,
construir paz.
Entonces,
los
saduceos de siempre
creerán
que Tú eres la resurrección y la vida.
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