En 1904,
escribía Franz Kafka a su íntimo amigo Oskar Pollak que un libro ha de “morder y pinchar”, hasta tal punto que “si el libro que estamos leyendo no nos obliga
a despertarnos como un puñetazo en la cara, ¿para qué molestarnos en leerlo?” Y
se manifiesta contundente al asegurar que “seríamos igualmente felices, si no
tuviéramos ningún libro”...
En mis tiempos
jóvenes de estudiante de filosofía, tales aforismos kafkianos no reclamaban mi
atención crítica, tal vez porque en aquellos años mozos admiraba sobre manera
al novelista checo de origen judío, tan influyente en la literatura universal.
Hoy al releer la carta a Pollak, no quisiera pecar de presuntuoso. Pero confieso mi discrepancia con esos
postulados, tal vez porque caminando ya
en la septuagésima etapa de mi vida, he vivido la feliz experiencia de visitar,
cada año, la siempre tumultuosa Feria granadina del Libro y haber presentado
durante un largo lustro, en la extinta Sala Cultural Nueva Gala, una centena de
libros (novelas, poemarios, historias…) cuya lectura nunca “golpeaba como una desgracia dolorosa”, en frase
de Kafka, bien al contrario era -y es- el camino para cargar las pilas de
nuestra sabiduría particular.
Leer
es gozar siempre de un oasis, sea cual fuere, frente a las inevitables horas difíciles
de la vida cotidiana. Es abrirse al
mundo del autor para llenarnos de sus emociones y sentimientos, y tratar de escudriñar
en su verdad para transportarla a nuestra mente, sin más exigencias kafkianas.
Es éste mi sentimiento, al leer “Crónicas y confidencias de mi ayer” (Gami Editorial, 2016). Sin pretensiones de incentivar la retorica personal,
su autor Antonio Martínez viene a
estimular nuestra mente y nuestro corazón. Así, la historia sociopolítica y la
propia intrahistoria familiar las conduce por derroteros literarios, con genialidad excepcional.
Sin falacias ni artificios literarios… Leer su libro, sin duda, es un guiño a la concordia… No muerde ni pincha, a lo Kafka. Pero es gozar. Simplemente,
gozar.
Antonio, ha sabido hermanar bien historia y novela, sin desdeño de
la autenticidad. No es fácil aunar estos dos mundos literarios, con la perspectiva estética de que ha sido
capaz.
Ante
este trozo de vida, de cuatrocientas páginas, vacío de toda prisa y marcado por la sensatez,
me olvido de las “frases ya hechas” para tratar de enriquecer su publicidad. El
libro habla gozosamente por sí solo. Y, sin duda, nace con vocación de agotarse pronto, por designio “de-las-cosas-bien-hechas”.
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