¿Eres tú el que ha de venir
o tenemos que esperar a otro?
(Mt. 11,2 -11)
Indudablemente,
Tú, profeta de Galilea, no
eras el esperado de las gentes.
No respondías a la
expectativa mesiánica del colectivo judío.
Esperaban de ti un mesías,
auténtico caudillo,
libertador del yugo romano.
restaurador del reino de
Judá fenecido.
Indudablemente
ése no era tu destino.
Tú, profeta de Nazaret,
irrumpiste en la historia humana,
lejos de esas glorias
esperadas,
empeñado en pegarte a
leprosos, publicanos y prostitutas
contra toda ley,
para liberarlos de la
exclusión encadenada.
Tú, embarcado en dar luz a
quienes te gritaban por ver,
obstinado en ofrecer camino
a cuantos te solicitaban andar,
infatigable Tú, al lado de
pobres y mendigos.
Fuiste tenaz predicando el
reino
que tu Padre ha querido,
distante de una religión
instalada, rutinaria.
Tu precursor, Juan de Ain
Karem,
certificó en su propia piel
tu Buena Nueva
entre las rejas de Herodes,
no como caña sacudida por
cualquier viento…
Indudablemente,
a ti, amado galileo, es a
ti a quien sigue esperando
tu pueblo,
subyugado, aún hoy, por
perversas promesas salvadoras.
Es a ti a quien esperamos,
como sangre que fluye
por las venas de nuestro
corazón cautivo.
¡Ven, Señor Jesús!
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