A cuantos me acompañan en el dolor
por una vega cenicienta.
Supe de tu belleza cuando niño
desde lejana morriña gallega
desgranaba las páginas de escuela
que dibujaban prestigio y maná,
oasis, vergel, ¡la vega de Granada!
Veinteañero ya, me acerqué a tu vera.
Alegrías corrían por tus venas,
guiños de las estrellas cautivadas
en tus maizales, en tus hortalizas,
y en las amapolas de tus trigales.
El oro blanco serrano regaba
tus cien fantasías y tus verdades.
Calzabas charol en tus dulces tardes
de las siembras y cosechas, mi vega,
musa en despliegue de cantos y velas.
Mas hoy, la escuela te ve marioneta
entre las garras especuladoras,
forzada ramera entre hormigoneras,
sacrificada en las nocturnidades
del dinero que derrite noblezas.
Ya la mano del alba juguetona
no acaricia, ay, ni tu propia sombra,
ni cuida el hambre tuya. Y hasta llora
la luna menguada entre las cenizas
usureras y pasiones ajenas.
Hoy,
(¿y mañana?)
también llora y oculta ya Granada,
paraíso verde y marrón fecundo,
su lágrima, su pena. ¡Ay, mi vega!
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