(Mt. 25, 31-46)
A mi amigo Pierre Ribe
que encontró a Jesús
entre los mendigos de la Guillotière.
Tu juicio, Señor, sentado en tu gloria,
como el pastor con su rebaño,
desborda toda imaginación.
Tu realeza molestó, ya desde tus pañales de Belén,
a los grandes.
¡No hay más que preguntar a Herodes!
Quisieron hacerte rey a orillas del Tiberíades
sólo por el pan multiplicado. Y huiste.
Como rey a tu usanza, abrazaste la jofaina
para lavar los pies a tus discípulos.
Y, cuando llegó la hora,
afirmaste tu reinado ante Pilatos,
y fuiste nominado rey entre espinas y clavos.
Quisieron hacerte rey a orillas del Tiberíades
sólo por el pan multiplicado. Y huiste.
Como rey a tu usanza, abrazaste la jofaina
para lavar los pies a tus discípulos.
Y, cuando llegó la hora,
afirmaste tu reinado ante Pilatos,
y fuiste nominado rey entre espinas y clavos.
Los caminos de Palestina reconocieron tu realeza
identificada
con enfermos, excluidos y refugiados,
con abandonados, mendigos y harapientos,
con inmigrantes y encarcelados,
con publicanos y prostitutas…
¡Los pilares de tu reino!
…
Sin embargo…
Cuando la necesidad ahoga al hermano
tratamos de esconder nuestros bolsillos.
Por si acaso…
Por si acaso…
Cuando la soledad inunda al extraño
cerramos el corazón y los labios.
¡No se nos complique la vida!
¡No se nos complique la vida!
Cuando la cruz golpea las injusticias
alejamos nuestros pies y nuestras manos.
¡No sea que salgamos crucificados!
¡No sea que salgamos crucificados!
Y sin embargo…
Sabemos, Señor,
que aliviar las penas de los parias y desventurados,
que mirar a los rostros desheredados , y escucharlos,
es avivar la voz de tu Evangelio,
es restaurar la dignidad de los hermanos,
es toparnos contigo definitivamente…
Señor, frente a la omisión nuestra de cada día,
venga a nosotros tu reino. Amén.
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