Llegó Jesús, estando cerradas las
puertas,
se puso en medio... (Jn. 20, 19-31)
En
medio del ancho hostil,
nosotros
aterrados, a
causa del hambre
y el paro,
del sida y la droga,
de los odios fratricidas,
que ejecutan a
millones de hermanos,
sentimos un
inmenso vacío sin Ti.
Y
somos puertas cerradas,
por
miedo a complicarnos la vida.
Somos seres
errantes, timoratos,
incrédulos a
pesar de nuestros rezos,
tras siglos y siglos sin darnos cuenta
de tu maravilloso
proyecto de humanidad nueva.
Plántate,
Señor, en medio,
muéstranos de nuevo tus llagas,
las tuyas,
y las de nuestros hermanos, los crucificados contigo
a través toda la historia…
A ver si, por fin, te reconocemos,
en tu aventura salvadora.
Tú,
Jesús, no eres un recuerdo del pasado,
ni tu presencia es un tú en mi yo,
separado del nosotros.
Sí, visto lo de Tomás,
palpamos que no hay experiencia pascual,
si no te muestras en medio de nuestra comunidad.
Necesitamos (¡somos humanos!)
hurgar tus heridas drenadas y victoriosas,
para sentir la plenitud de vida nueva,
resucitada,
que emana paz, alegría, confianza.
Para gozar el destierro de todos los miedos,
de todas las tristezas, de todos los agobios…
Que tu Espíritu sople sobre nosotros,
reunidos en iglesia,
para que la fuerza de su vendaval
abra nuestras puertas
y nos haga gritar a los cuatro vientos
con rigor profético:
¡Señor mío y Dios mío!
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