Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?
(Lc. 9, 18- 24)
Me
delata, Señor, el miedo inconfundible
de confesar
la verdad…
pero, como
Pedro,
siento la
necesidad de proclamarla
en medio
de mis hermanos:
¡Tú eres el Mesías de Dios!
En los
ratos a solas con mi corazón
resuena la
esencia de tu evangelio.
Tú no
eres el caudillo glorioso,
el
esperado rey
libertador.
Tampoco
tu meta es la renuncia de todo,
la cruz
de siempre,
y la vida
que debe perderse…
Ese abanico de
tus exigencias
desgrana la
verdad de tu propio mensaje,
son las huellas en la carrera de salvación.
Tu
propuesta, Señor, para el que quiera,
es renunciar
para ser colmado.
es tomar la cruz para gozar de la resurrección,
es perder la vida para salvarla eternamente.
No busque yo compensaciones
místicas
al hilo de dogmas.
Ni me confunda la
mentira de este mundo,
ni la luz que ciega en
la oscuridad.
Cuando dejas Cesarea para subir a Jerusalén,
entiendo tu sed de justicia, tu pasión de
solidaridad,
tu ambición de amor, tu hambre de paz.
tu ambición de amor, tu hambre de paz.
En la vulgaridad de mi cada día,
échame tu mano, Señor,
para poder confesar sin miedo,
¡Tú eres el Mesías de Dios!
para poder confesar sin miedo,
¡Tú eres el Mesías de Dios!
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