domingo, 2 de junio de 2013

IN MEMORIAM


3 de junio de 1963. Era domingo de Pentecostés, nos dejaba el “Papa Bueno”, Juan XXIII.  Le lloraron creyentes y no creyentes. Su santidad era reconocida ya durante su vida, hasta el punto de que su beatificación no ha sido contestada por nadie. Alegre, cálido y  generoso, el papa Juan XXIII cautivó enseguida al mundo. Inauguró una nueva forma de ejercer el papado. Ante todo, desempeñó su ministerio de obispo de Roma visitando personalmente las parroquias de su diócesis, los hospitales Espíritu Santo y Niño Jesús, la cárcel Regina CoeliEntre sus encíclicas, merece destacar la  Mater et Magistra y la Pacem in Terris. La primera asombró por su realismo. La segunda fue una gran llamada al amor basado en la justicia, la paz y la libertad.  Impuso medidas de gobierno a pesar del enfrentamiento con la curia. Dignificó las condiciones laborales de los trabajadores del Vaticano. Por primera vez en la historia nombra cardenales indios y africanos. Tres meses después de su elección, en la Basílica de San Pablo Extramuros y, ante la sorpresa de todo el mundo, anunció el Concilio para el "aggiornamento” de la Iglesia. Activó los valores ecuménicos. Abordó su tarea papal como si se tratase de un párroco de aldea, sin el rígido protocolo del que muchos papas habían sido víctimas. Era hombre que gozaba de la vida, de las charlas interminables, de la amistad y de las gentes del pueblo. Poner al día la Iglesia, adecuar su mensaje a los tiempos modernos es su herencia que hoy recordamos en el aniversario de su muerte.  El “testigo” ha sido recogido felizmente por el actual papa Francisco.

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