sábado, 17 de diciembre de 2011

ÁNGEL GABRIEL


Envió Dios al ángel Gabriel a un pueblo de Galilea…
(Jn. 1,6-8.19-28)


Gloria la tuya, ángel Gabriel.
Repentinamente, sorprendes  a María,
como el soplo del Espíritu sobre las aguas
en la génesis de la vida.

Gozaste, el primero, en ver la grandeza
de la fiel nazarena,
que se rindió a la voluntad de tu mensaje.

Fuiste el primero, Gabriel,
en descubrir la paz que la rodeaba,
confiada ella ciegamente en Dios,
ella, la favorecida.

Dichoso tú, Gabriel, ángel de Dios,
que gozaste de su respuesta
más allá de la ingenuidad,
como de mujer celeste en tierra firme.

Dichoso tú, varón de Dios,
que la topaste peregrina del silencio,
y de la sombra,
abierta a los nuevos horizontes,
en medio de su turbación.

Desparramaste tu aleteo de gracia virginal
en su hogar para que la pobreza
se vistiera de divinidad,
y la divinidad se humanizara definitivamente.

Y te fuiste repentinamente, mensajero,
sin dejar más rastro que el nido construido.

Todo fue en aquella insignificante aldea,
perdida en la Galilea de los gentiles.
La mujer dignamente pueblerina
y felizmente embrionaria,
fue, por tu palabra, luz para siempre
                en medio de nuestros caminos inciertos.

Gracias, Gabriel, ángel de Dios.

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