A papá que sufrió
y goza ya a la otra orilla de San Fernando.
Menguada vino la luna al río,
y lo vio tan bueno y malherido
que, dormido, lo tomó en sus brazos
y huyó con él entre sal y pinos.
En el cauce suyo estaba escrito:
comía pan, aceite y meloja,
conocía caminos pajizos
llenos de dolores sin estribos.
En su zurrón había torrijas,
dardos hincados en piel sufrida,
y lágrimas, muchas, por las hojas,
ajuar de su árbol, de olor a nardos.
Sin campanas, fue rezo en silencio,
mascarón de proa, fiel amigo,
y más, escudero de su esposa:
¡la hubo de llorar en un gris frío!
Su tierra al lodo se parecía,
cuando las zarzamoras violaban
su dorso nudo con sed de amor
o traición… ¡Y sonrisas vertía!
Mas ya no... Vino la luna al río,
y de luto lo tomó en sus brazos
y huyó con él entre sal y pinos.
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