(Mc. 2, 1-12)
Señor,
en tu casa de Cafarnaún
yo soy ese paralítico.
Mis hermanos han abierto el boquete,
han levantado tejas.
Y ya estoy a tu lado…
Muchas tejas, sí,
una muchedumbre de ataduras
me ha impedido acercarme a Ti.
He necesitado sujetarme a ellos,
comunidad de fe y amor,
para saltar de la camilla de mis comodidades
y encontrarme con tu salvación.
Convencido de que no es mi fe personal,
mía propia,
la que me ha uncido a ti,
sino la fe común de los hermanos,
que ha cargado con mi camilla.
…
Tú has visto mi parálisis espiritual…
Ahora, no me dejes reponer las tejas de mi indiferencia,
de mis apatías,
las tejas de mis indecisiones y obstáculos .
No. Que Tú mantengas destejado mi corazón;
y no dejes de ser mi camillero de por vida,
mi único asidero,
para poder saltar sobre mis errores
y volver a la dignidad perdida.
Entonces…
Acertaré yo mismo a ser camillero de mis hermanos,
a quienes debo conducir a tu casa de Cafarnaún…
Pues ¡ya he aprendido el camino!
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