Se volvió alabando a Dios a grandes
gritos...
(Lc.17, 11-19)
Hoy me detengo
ante ti, el leproso de Samaría…
Desde lejos,
te he oído
gritar compasión,
junto a tus
nueve colegas de la leprosería.
Ellos, judíos,
obedientes de la fe;
tú, extranjero,
samaritano, desplazado
y un tanto
pagano.
Marginados,
despreciados, habéis hallado gracia
en el maestro de
Nazaret.
Él os ha
limpiado en el crucero de la Ley,
camino del templo
sagrado.
Mientras tus
compañeros se instalaron
en el ceremonial
del precepto,
olvidando todo compromiso,
tú, samaritano,
liberado de tu
miseria humana, corriste tras Él,
sin arrogarte
ningún derecho.
A grandes
gritos, gritaste la gloria de Dios,
sin miedo a
nadie gritaste,
sin ninguna
vergüenza gritó tu fe incipiente.
Tu ley,
samaritano, no estaba en el templo,
tu ley era
reconocimiento,
compromiso,
donación.
Tu triunfo sobre
el mal era Él,
sin ninguna
reserva.
Todos tenemos un
poco de lepra,
enséñanos, tú
samaritano amigo,
a salir de ella,
que el don de la
fe no está vinculado a ninguna aldea.
Y
en tu cuerpo curado de leproso
haznos
ver la fuente de tu nueva vida,
a
nosotros los miedosos,
los
instalados en nuestro religioso vacío,
los
llenos de heridas.
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