viernes, 27 de septiembre de 2013

OTOÑO


Sabido es que el otoño es una de las cuatro estaciones del año. Que su nombre proviene del dios egipcio Atum que simboliza el sol que se oculta en la tierra. Que es la estación de generosas cosechas, del maíz y el girasol, la castaña y la almendra, la uva y el membrillo…  Que en la literatura, el otoño, simboliza la madurez...
Como sabido es también que, durante el otoño, las hojas de los árboles caducos cambian y su verdor se vuelve amarillento y acastañado, hasta que se secan y caen  a merced del viento. Que el buen tiempo cede a la temperatura fluctuante de cada día…
Pues bien, nuestro presente otoño, quizá sea tan “sabido” que se calienta a gusto de las estaciones pasadas donde la pobreza era, como era la desigualdad social, la destrucción de empleo, las malversaciones de todo género…  (¡Era y será, si Dios no lo remedia!). 
Los grandes sindicatos anuncian ya  movilizaciones, augurando un "otoño caliente", en  rechazo a las políticas de recortes en los servicios públicos y a más cosas.
Se presagian “náuseas y vómitos” al son de los fraudes de más políticos, más sindicalistas y más banqueros. Y, como si fuera poco, una parte, -¡sólo una parte, a Dios gracias!-, de nuestra amada Cataluña pretende vibrar al unísono siguiendo batutas de directores perdidos en la barahúnda de las trompetas. ¡Incongruencias de la historia!
Felizmente -¡y menos mal!-,  que se espera un otoño caliente para una Iglesia que marca itinerarios franciscanos en su gobierno…
En cualquier caso, pedimos al dios Atum  que el sol de otoño no se oculte en la tierra... Y mientras, yo me caliento, otoñalmente a gusto, con mi poeta de Palos de Moguer, con mi poema infantil y el chascarrillo gráfico que también es terapia:


       OTOÑO
Esparce octubre, al blando movimiento
del sur, las hojas áureas y las rojas,
y, en la caída clara de sus hojas,
se lleva al infinito el pensamiento.

Qué noble paz en este alejamiento
de todo; oh prado bello que deshojas
tus flores; oh agua fría ya, que mojas
con tu cristal estremecido el viento!

¡Encantamiento de oro! Cárcel pura,
en que el cuerpo, hecho alma, se enternece,
echado en el verdor de una colina!

En una decadencia de hermosura,
la vida se desnuda, y resplandece
la excelsitud de su verdad divina.

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