(Lc. 15,1-32)
He dilapidado tu
riqueza,
he roto
ciegamente tu lazo umbilical.
Una vez, y otra,
y a diario,
he partido a
países lejanos
sin imaginar tu ternura gratuita,
incondicional.
Me he encontrado en un mundo
de muerte,
en su
insoportable tristeza,
entre falsos ídolos,
en un mundo sufriente
en
fragilidad y torpeza.
Y en la frialdad
de mis mañanas,
en el cansancio
de mis tardes,
en las nieblas
de mis noches sin igual,
he oído por
fortuna
la palabra
reveladora del nazareno apasionado,
adentrándose en
tu ternura.
Por eso, he
salido a tu encuentro
y en el camino,
¡oh frescura
original!,
me topé con tu
abrazo,
con sonrisa de
un niño en su cuna,
esencia de Dios
nupcial.
En mis silencios hay música,
hay calma en mis
tempestades,
en mis soledades
hay brisa de paz…
¡Abba,
Padre!
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