sábado, 17 de agosto de 2013

FUEGO


He venido a prender fuego en el mundo…
 (Lc. 12,49-53).


Maestro,
así es tu evangelio de chocante. 
Desconciertas con tu palabra que escuece en el alma.
 
Te jugaste la vida con tu fuego,
y quieres que me la juegue yo,
tu discípulo,
azuzando tu mismo incendio. 

Has bajado al fondo de mi historia
de incomprensiones y luchas de barrio,
y has abierto el misterio ardiente
de mi purificación, y de mi vida. 

Tu palabra no invita a falsas tranquilidades.
Por el contrario,
me  trae el fuego que quema y se propaga,
que estimula mi somnolencia.
Y me asegura contra mis propios cortafuegos. 

Por eso, Maestro,
dame la gracia de tomar en serio tu Evangelio,
que no me sirva de dormidera
en mi piedad rutinaria. 

Y puesto que nadie puede seguirte
con el corazón apagado,
aviva con tu fuego los rescoldos de mi ser,
incéndiame con tus ascuas de vida nueva,
y transfórmame en fuego que calcine mis heredades.

Fuego que reduzca a cenizas todas mis barreras.
Fuego que extirpe los tumores del  alma.
Fuego que dé luz y calor a la fe de mis hermanos. 

¡Amén, Señor Jesús!

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario