Dichosa tú que has creído…
(Lc. 1, 39-56)
Engrandece mi
alma al Señor
porque tú
eres, María, la creyente,
tú, la
discípula de Jesús de Nazaret, cristalina,
tú, la mujer
fuerte en la callada alegría
y en el dolor
callado.
Mi espíritu
se alegra en Dios, mi Salvador
porque tú,
María, eres la madre fiel
pegada a tu
Hijo en su cruz
y eres
lágrima derramada por tus niños
perseguidos,
condenados
y ejecutados
en la ignominia del odio, del hambre,
y en la
indiferencia de tantos cristianos…
Y eres
diáfana luz.
Engrandece mi
alma al Señor
porque en ti,
María, brilla con todo su esplendor
la grandeza
de tu pequeñez
contra los
tronos y poderosos de nuestra tierra.
Mi espíritu
se alegra en Dios, mi Salvador,
porque, desde
tu silencio escondido, María,
captas como
nadie la ternura del Padre,
y disfrutas,
como nadie lo haría,
de la Buena Nueva del Siervo
Redentor.
Engrandece mi
alma al Señor
porque la
resurrección que en Jesús fue primicia un día,
en ti se ha
hecho realidad viva en tu asunción con los humildes,
los pobres,
los últimos
de siempre.
Porque a tu
lado, María,
nuestro mundo
es más humano,
mi alma
engrandece al Señor,
y se alegra mi espíritu en Dios, mi Salvador.
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