A Silvia y
Juan Jesús,
“papitos” en
unos meses.
Mi mujer y
yo vivimos la septalescencia. Es la franja
social que rodea nuestros felices setenta años. ¡Y a mucha honra! No somos septuagenarios
envejecidos. Sino unos “adolescentes” que pisamos serenos los setenta.
En esa
franja no caben más que horizontes amplios, hacia donde poder encaminarnos con
la libertad de leer lo que queremos, escribir lo que deseamos, admirar los
amigos muchos que tenemos y amarnos en pareja junto a nuestro incomparable hijo
y su deliciosa mujer, Silvia, que nos va hacer abuelos en unos meses. Feliz septalescencia,
¿no?
La actividad
que la septalescencia nos permite en nuestra jubilación es la que honra nuestros años, rentabilizar
nuestra vida a gusto. Damos rienda suelta a los sueños, (¡qué bonitos los
sueños de unos abuelos!)… y estudiamos, con el permiso de los “papitos”, la
enciclopedia del fruto, todavía a la espera de si es niño o niña…
Mi mujer y
yo, felices septalescentes, jugamos a proyectos, que con inmenso gozo vamos
diseñando a diario. Aunque no dejamos entrever más de una lágrima, al pensar en
tantos "nietecillos" perdidos en la labrantía del falso dinero, de las falsas guerras
con gases incluidos, de los falsos juegos sucios… ¡Falsedades tantas!
Compartimos
con nuestros hijos el riesgo de alumbrar una criatura. Pero la devoción que nos
inspira el estrenarnos abuelos compite contra todas las falsedades que nos rodean. Y así gana la vida, y la ilusión, y la esperanza, y la luz en medio de tanta noche.
Sed felices, Silvia y Juan Jesús, que habéis regado de gozo la flor de nuestra septalescencia que se recrea en el sol de cada día...
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