(Lc.21, 5-19)
¿Cómo es posible creer en Dios
en medio de
terremotos, epidemias y hambre
en medio de
odios, persecuciones y cárceles?
Y que todo
eso tenga que ocurrir, fatalmente…
¿Es que Dios es
dueño de crueldades?
¿Es que el mundo
tiene que tambalearse
irremisiblemente
a merced de
todas las maldades,
cuando Él es el
amigo de la vida y de la paz?
Ante el muro de
las lamentaciones
y la espesura de
tanto derrumbamiento,
el ingrediente
cristiano es la sensatez,
la cordura, el
discernimiento.
Saber discernir
con la confianza
de que ni
un cabello de nuestras cabezas se perderá,
discernir, teniendo por aval la palabra del Galileo,
discernir,
incluso, cuando Él parece ocultarse
ante el panorama de tantas
negruras...
Ciertamente,
llenos
de dificultades y luchas se tambalean nuestros
pasos;
pero en el horizonte ya luce una nueva tierra
y un cielo nuevo,
gracias a que, muriendo en la cruz,
dominó para siempre a la misma muerte.
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