Tras Halloween, noviembre se asocia al silencio. La vida
parece sonar al silencio de los queridos difuntos. Tras Halloween, encontramos espacios
para el silencio que reclama gratitud y admiración, mientras no llega de nuevo el
bullicio navideño…
Mientras
goce de silencio, él es mi componente habitual de vida, si quiero escuchar el
trino de un pajarillo, la brisa que menea las ramas del bosque, o el Largo de
Haendel.
Si
lo ejercito, el silencio es comunicación del alma. Lenguaje para la alegría, la
preocupación o el sufrimiento. Es palabra acogedora, consejero fiel, cercanía
de Dios. El silencio es discernimiento entre los inmensos
estímulos de mi esencia. Encuentro en profundidad con mi existencia humana. Verdad
que da sentido a todas mis cosas. Es la púlpito desde donde Dios me llama.
El silencio no es la ausencia de sonido, sino la ausencia de ruido
que recupera mi capacidad de atención. Y de amar.
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