(Mt. 21, 28-32)
Tus discípulos dejaron redes, familia, mesa de impuestos…
Tu madre fue un ¡sí! sin grietas a tu plan salvador.
No pocos seguidores tuyos,
lances de historia nazarena,
enarbolaron banderas de justica y paz,
sellaron pobreza y amor por vida,
y fueron testigos junto a la hermana muerte…
¿Y hoy?
Tras un breve chequeo a nuestra fe, confesamos incongruencia,
ambigüedad
incoherencia…
Anclaje de tu barca en un mar de ritos y normas,
en medio de algas, sin apenas poder remar.
Llevamos tiempo y tiempo diciéndote ¡sí!
con nuestra rutinaria moneda de cambio
instalada en el escondrijo del no.
¿Desidia, prepotencia, palabreo…?
Sí, sí, ¡ pero no!
Nos hemos hecho profesionales del ¡si!,
con los golpes de pecho que nada dicen,
con novenas, procesiones, rosarios:
arenas para falsos cimientos…
…
Tú, Señor, no puedes estar contento de nuestra barca,
cuando ser cristiano es un sí comprometido contigo,
sin reservas.
Es radicalidad en el amor y en el perdón,
sin fisuras.
Es puesta en marcha, apasionados de tu verdad,
aunque las pintadas de nuestras fachadas
prediquen debilidades imponderables,
hojas de viña seca que caen al suelo.
Coherencia es silencio, desde el rincón del alma,
balbuceando un ¡sí! sincero, reparado,
como si de publicanos y prostitutas se tratara,
según tu evangelio.
¡Ayúdanos, Señor, a ser coherencia tras tus huellas!
¡Amén, amén, Señor Jesús!
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