A Sonia y Abel,
que estrenan vida pequeñita.
Bendigo el coraje de poder decir lo que siento
cuando la tierra va matando a la luna
en su desierto,
cuando siento crujir el vendaval
con hambre de congelar vidas,
cuando en los oasis del dinero estorban niños y niñas.
Y siento
que con su venida ha soleado la tierra
umbría,
ha traído olor a hierba fina tras la lluvia,
ha batido ambiciones, transmitiendo ternura,
encaramado al árbol materno y a su raíz.
Y siento ahí
que, a su luz, puedo gritar por la vida.
Y grito,
grito que la vida debe ser vivida, no asesinada,
como titular de la libertad reconocida, como canciller
entre las bambalinas de todos los sufrimientos,
como esperanza nonata aún de tantos talentos, como energía
que acorrala cualquier miedo, como río torrencial
de generosidades,
en el laberinto de los egoísmos urdidos.
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