A las yayas Rosi y Conchi
Haz de amapolas eres, Martita,
en los trigales de mi universo.
Te miro y siento ganas de regustar la vida,
esa vida tuya que evidencian
sustancialmente tus retozonas carnecitas.
Bajo el frágil tul de tu apariencia,
derrochas alegría. En tu luz
siento, con el mendigo de la esquina,
ganas de compartir mi pan del día.
Te miro, boquita parlanchina,
y muero por ser palabra llana,
clave de amor entre los jirones
de egoísmo y humana desdicha.
Veo tus piernecillas bailarinas
perpetuarse en mi un cosquilleo
de humanidad encendida y niña.
En mis brazos añosos te arrullo
y siento el mimo de luna buena
llenar con delirio de futuro,
mi cántaro de alboradas nuevas.
Miro lo tierno de tus manitas,
y atraviesa mis entrañas, Marta,
el gozo loco de vivir viejo
con el invicto destino eterno.
Te miro, te miro, ¡oh, sí!, te miro…
y vivo estallidos de esperanza
en tus carrillitos de muñeca,
Marta, Martita, mi amor divino.
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