jueves, 22 de septiembre de 2011

Vuelta al cole. Hacer escuela

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Cuando las urnas escolares llaman periódicamente  a elecciones; cuando las asociaciones de padres y madres viven a fondo su ser asociativo comprometido; cuando  profesores de uno y otro colegio,  se unen  para reivindicar cuanto es “digno” de su cometido... es entonces cuando uno se goza en  pensar que la  vida escolar no se cuece sólo en las aulas.


Interminable historia reivindicativa

Es incuestionable, por un lado,  que a los  padres y madres les  corresponde definirse en tareas de educación participativas. Lo justifica todo ese marco jurídico que forman  la Constitución Española de 1978 y las diferentes leyes de educación, sobre todo, desde 1985 hasta nuestros días.  Recordamos concretamente,  la Ley Orgánica de la Participación, la Evaluación y el Gobierno de los centros docentes de 1995 que propicia la participación y autonomía de los distintos sectores  de la comunidad educativa. Por otro lado,  es  cierto que la implicación de la familia en la vida escolar  no ha sido un camino de rosas, ni mucho menos un regalo de este o aquel gobierno.  Aún hoy, se oyen voces que reclaman una intervención de los padres y madres  más allá de lo puramente legislado.


Asociacionismo integrador.

La andadura participativa de padres y madres pasa por un acto de adentramiento en el conocimiento íntimo de los hijos e hijas. Exige, además,  ponerse  al día. De ahí, la importancia de las Escuelas de Padres que proporcionan técnicas de comunicación, aprendizaje, participación...         Asimismo, reclama sin paliativos echar anclas en el asociacionismo integrador y responsable.  Si para  Freinet (1976) la actitud cooperativa, unida al espíritu de equipo, era la base del desarrollo armónico de la persona; en nuestro caso, la participación responsable de la familia en el contexto educativo es parte de los  cimientos  de la cultura escolar.
Ese anclaje, que tiene su definición más testimonial en la participación en las elecciones a consejos escolares, ha de ajustarse a la armonía y entendimiento con los colectivos docente y discente  del centro.  Lo que no quiere decir vivir en idilio constante, carente de tensiones y conflictos. Por el contrario, la crítica como interpretación constructiva, la amonestación como algo consustancial a la rectificación y la oposición como valor pluralista, en lugar de debilitar la atmósfera de participación y consenso, la potencia a todas luces. Conjugar, pues,  participación y rigor consensual no es ya un signo de debilidad de ningún sector escolar, sino el sello que define la concepción democrática de un centro.
                                      
Una tara: la desmotivación

La experiencia, sin embargo, nos aporta una radiografía lamentable de la vocación participativa de la familia. (No hay más que constatar el lamentable absentismo  en los procesos electorales a consejos escolares, reuniones de padres y madres, etc.) La desmotivación  dominante, o la indiferencia en algunos casos, es posible que se deba a vivencias participativas frustrantes: sentirse manipulados en ocasiones; o ignorados, las más de las veces,  por la propia dirección de los centros; o alarmados ante la imposibilidad de ver triunfar sus legítimas aspiraciones;  o amordazados por ciertos complejos:  incultura,  falta de experiencia, miedo al ridículo...
Por otro lado, bien es justo decir que también la desmotivación tiene sus nombres y apellidos entre un profesorado, que, pese a su honestidad profesional, vive con frecuencia situaciones conflictivas generadas, unas veces, desde posicionamientos institucionales y otras desde actitudes  desalmadas de  padres, madres, alumnos o alumnas.

                                                       Algunas propuestas


A pesar de todo,  nuestro nuevo milenio nos obliga a mirar  con esperanza  el horizonte escolar.  Por ello, me atrevo a proponer ciertos objetivos que bien podrían propiciar los propios claustros, a sabiendas de que las familias son también conformadoras y divulgadoras de la imagen institucional de un centro (Darder y Mestres, 1994):

1. Ayudar incondicionalmente a padres y madres para que vivan conscientemente sus derechos y deberes en pro de una escuela mejor.
2. Prestar atención a sus problemas de cara a la educación de los hijos e hijas y respaldar sus legítimas aspiraciones,  que exigen  respuestas concretas  desde  los valores democráticos de diálogo, coherencia y libertad.
3. Apoyar a la pareja en  la recuperación  del protagonismo  participativo que les corresponde, toda vez que ambos, padre y madre,  son indivisamente educadores.
4. Alentarles, sin desmayo, en los aspectos de comunicación, socialización, integración, reivindicación...
5. Potenciar proyectos de integración cultural: escuelas de padres y madres, ciclos de formación, talleres, mesas redondas, fiestas... y otros mecanismos que favorezcan la participación familiar, sea en la propia gestión del centro, en las actividades extraescolares, en comisiones delegadas,...


De este modo, el  profesorado se constituye en motor de una cultura escolar de libertad, creativa y participativa. Y los padres y  madres, asimismo, en  moldeadores de un venturoso futuro escolar. Es, en definitiva, saber hacer escuela.

           La  vida escolar no se cuece 
                        sólo en las aulas
                                       (F. Martínez, 2011) 
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