viernes, 13 de mayo de 2022

HOSPITAL

 


                                               VEINTIDOS DÍAS

El celador me ausenta de la quinta planta, camino de la ambulancia. Me aleja de Elisabeth, Abdel, Gilberto, Miguel, Carmen, Antonio, Manuel… tras 22 días de compartir penas y confidencias.

Los doctores me han concedido unos días de asueto en mi casa, para ganar sol y unos paseos cortos por el jardín, pero, sobre todo, para poder corresponder a mis nietos maños que vienen de Zaragoza,  a ver al abuelo Paco.

 Agradezco con toda mi alma al equipo médico este “franco de ría” que me concede por un par de semanas. A todos les he prometido cumplir a raja tabla las condiciones de asepsia que me han impuesto... Al despedirme,  me olvido de mi dolor, y unas lágrimas templan mi corazón. Y veo que mi corazón no es distinto de mis vecinos, ni siquiera mi cuerpo, dolorido como el de ellos, no es de condición distinta

 Estos días, la misericordia ubicua de Dios  me ha llamado a entender que nadie es persona privada. No soy yo quien hace diana en ellos, mi “vecindario paciente”.  Es Èl. He aquí mi grandeza. Y ellos mismos me han permitido entrar en la sembradía de sus vidas. Sólo me he limitado a esparcir algunas semillitas de la Verdad. No la mía. Sin preocuparme si ha caído sobre roca o zarzales o tierra recién arada por Él. Eso sí. Me han mostrado su “mobiliario” interior, muy deteriorado,  tanto como el mío, donde está Él como en Betania, ahí, atento a la dolencia humana. Sí, Él está ahí…Y algo ha rozado mi vida que alivia mi alma como levitando sobre mi vulnerabilidad.

 Al alejarme de sus maltrechos caminos, vibro de gratitud al recordar sus ojos, los de Elisabeth, Abdel, Manuel… abatidos, sus sonrisas sufrientes, sus bondades enriqueciendo mi mediocridad. Sin duda no los volveré a ver, pero en el desfile de mis recuerdos callados rezaré sus nombres. Ya que de sus vidas he hecho mi vida y ya la dejo correr como gravitando sobre el olvido de mi dolor.

El Nazareno se crucificó en ellos, como en mí, y parte de su madero sostiene nuestros nombres. Mi destino es, pues,  parte  de  esa polarización que sufre y goza intermitentemente. Esa es mi victoria. Victoria globalizada en medio de una “armada sanitaria”. Él ha hecho de mi vida servicio suyo. He sido embajada que me confió. Y que, en unos días, espero consumar tras someterme implacablemente a la ciencia del bisturí.

 Gracias a ti, Nazareno.


          ACEPTACIÓN

Desde el lecho que me lleva sereno,

con el ánimo empático del celador,
desde la sonrisa de mis vecinos enfermos
y el sueño de mi Dios nazareno,
nada temo… ¡Todo es gracia, Señor!
 
Desde la sala aséptica y armada,
batas verdes, batas blancas,
desde mascarillas, guantes esterilizados
y el sueño orante de mis hermanos,
nada temo… ¡Todo es gracia, Señor!
 
Desde el viaje de mi imaginación,
la reserva de mis noches más noches,
desde las ausencias de mis ocho decenas de años
y los sueños de esperanza  de Hugo y Leo, mis nietos,
nada temo… ¡Todo es gracia, Señor!
 
Devuélveme a la vida nueva.
a la mía, a la tuya…
¡es igual!...
pues nada temo. ¡Todo es gracia, Señor!